Conforme declaraciones de Naciones Unidas, al 2019, no hay un país en el mundo haya logrado la igualdad de género perfecta. Los avances son innegables, pero aún desiguales en las distintas regiones, marcado por el contexto histórico y social de cada país.
Un factor al que debemos prestarle atención es a la invisibilidad tradicional de la mujer, lo cual ha aportado a la construcción de una apreciación masculina de los espacios de liderazgo. No le otorgamos visibilidad a los logros y las conquistas femeninas, y en consecuencia, la percepción común llega a la conclusión de que son inexistentes.
En su informe “Contar y contarlo. Estrategias de visibilidad para la igualdad”, las académicas Luisa García y Ewa Widlak recuerdan cándidamente que el liderazgo tiene cara de hombre. Para estas autoras, a pesar de que el número de mujeres en los puestos de toma de decisiones sigue aumentando, en el imaginario colectivo son los hombres los que poseen aparentemente por naturaleza, las aptitudes para ejercer el verdadero liderazgo.
Mientras tanto, las mujeres parecen inaptas a ocupar altos cargos, principalmente porque se les atribuye una fuerte emotividad. La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adiche plantea que cuando hay un desequilibrio de poderes y la visibilidad está limitada a un solo grupo, el relator controla tanto su imagen como la imagen del grupo más invisible.
En otras palabras, tiene el poder de que se conozca solo su lado de la historia. El resultado de esta lamentable realidad es que, al final del día, a la mujer le cuesta más. Las mujeres deben superar más obstáculos e invertir más tiempo para alcanzar el reconocimiento por sus competencias. Y lo que es más grave aún, en el contexto de esta invisibilidad, también hay una ausencia natural de simpatía.
Lo que no vemos no nos duele. Si el problema no es visible, no existe. La permanencia de los sesgos en los roles sociales no es más que una consecuencia lógica. Nuestros estereotipos impactan la posibilidad de que más mujeres asuman puestos de decisión y dirección.
En consecuencia, debemos reconocer que la visibilidad de las contribuciones de la mujer es fundamental para la construcción de igualdad.
Si logramos normalizar el liderazgo femenino y la imagen de la mujer como capaz de asumir puestos de dirección, aportamos a revertir las construcciones sociales que hoy impiden el avance de la mujer en el ámbito profesional, social y político.
La mujer es talentosa. Esta afirmación, al parecer, tampoco se escapa del dicho popular: ver para creer. Abramos los ojos, y los puestos, para dar cabida al valor agregado femenino.