Se le atribuye al poeta nicaragüense, Rubén Darío, la siguiente frase célebre, que también titula este artículo: “Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!. Cuando quiero llorar no lloro… y a veces lloro sin querer”. De alguna forma, esta frase revela lo efímero del tiempo de la juventud, pero también su vulnerabilidad en un mundo convulso, siempre en transición y cada vez más adicto al mercado.
Más allá, a la mocedad siempre se le han atribuido unas características y un rol que casi nunca va acompañado ni de políticas públicas ni de acciones concretas que propendan a un verdadero desarrollo económico y social de este grupo poblacional.
Por ejemplo, a los jóvenes se les incita para que se formen y adquieran habilidades y técnicas necesarias para desempeñarse en un mundo productivo, pero sucede que no hay empleos suficientes, lo que los convierte en una presa fácil de la actividad delictiva. Adicionalmente, a los jóvenes se les enseña a consumir, a cualquier precio y sin control, pero ocurre que no tienen ingresos por lo que su destino está más cerca de la droga, la prostitución y la delincuencia.
En correspondencia con esta situación, en su momento Guy Ryder, Director General de la OIT, dijo que “la falta de acceso a oportunidades de trabajo decente genera frustración y desaliento entre los jóvenes. Hay 108 millones de razones por la que debemos actuar ya”.
Algunos estudiosos afirman que, en el caso de las políticas de juventud, ha habido muchas iniciativas y pocos avances. Y es que la inserción laboral de los jóvenes excluidos es un tema aun no resuelto en América Latina y el Caribe, y es por ello que el ejército de NINIs (jóvenes que ni estudian ni trabajan) acumula cada vez más reservas.
De hecho, Rodríguez (2011) habla de que “si antes el trabajo aparecía como alternativa al sinsentido de la escuela, ahora surgen alternativas al sinsentido del trabajo: la migración, la evasión o la criminalidad. Y ocurre que la falta de empleo para los jóvenes es un fenómeno vinculado al crecimiento económico, el cual es cada vez más lento en América Latina, con pronósticos reservados en el futuro inmediato.
Y esta situación para los jóvenes es probable que se agrave en estos tiempos de Industria 4.0, en donde se prevé la desaparición casi natural de fuentes de trabajo, debido a la introducción de tecnologías y sistemas inteligentes que prescinden del trabajo humano. Pero no todas las noticias son malas para los jóvenes, sobre todo en el caso de la República Dominicana, en donde se ha lanzado el Plan Nacional de Juventud 2020-2030, en el cual se establecen políticas inclusivas que buscan, entre otras cosas, hacer más fácil la transición de los jóvenes de la escuela a los mercados laborales.
Casi nunca hay mucho que celebrar en términos de desarrollo juvenil, pero a algo debemos apostar, tal y como lo hizo San Juan Bosco cuando dijo: “Me basta que sean jóvenes para amarlos como a hijos”. Esto último, a propósito de la celebración este viernes 31 de enero del Día Nacional de la Juventud.