La Comisión para América Latina y el Caribe (Cepal) lo supo hace mucho: la única forma de entender y propiciar el desarrollo de un país es mediante la realización de procesos de planificación en donde se establezca, además de objetivos y propósitos claros, una visión de futuro compartida, el establecimiento de prioridades, además de una ruta crítica que señale el horizonte temporal durante el cual se logrará todo lo anterior.
Esto implica, por ejemplo, que un cambio estructural en una nación determinada, no solo debe ser algo planeado, sino que también debería ser el resultado de un proceso de entendimiento entre los actores claves que inciden en el desempeño económico, político y social de dicha nación, y no una aspiración del gobierno de turno.
Pero también, la práctica de la planificación tiene que ser continua, dinámica, participativa y transparente. A esto súmele la necesidad de que el plan resultante cuente con los recursos necesarios para su implementación y que, además, se tenga un adecuado sistema de monitoreo y seguimiento.
Como bien dice Alicia Bárcenas, secretaria ejecutiva de la Cepal, la planificación en el Siglo XXI debe destacarse por la “capacidad de coordinación entre niveles territoriales de gobierno, sectores productivos y actores públicos y privados, además de un esfuerzo permanente de evaluación, monitoreo y retroalimentación de los resultados de la política pública”.
Pero ocurre que la planificación, en muchos casos, es vista como el cumplimiento de una formalidad y una respuesta a requerimientos de donantes, prestatarios y/o gobiernos con los cuales se ha establecido algún tipo de alianza estratégica que represente un desembolso. Pero en muchos otros casos, la planificación no ha sido más que la suma de documentos que se guardan en anaqueles y que, cada cierto tiempo, son visitados con fines de limpieza y ornato.
Y por lo anterior es que no se avanza en términos de desarrollo. Las prioridades cambian según los gobernantes, y en esa misma medida la asignación de recursos. Cada partido y cada candidato tienen su propia agenda, diferentes a la de los otros, con prioridades distintas, propósitos ocultos y alcance distanciado.
Es decir, no existe una agenda país, tampoco un objetivo común ni una aspiración consensuada sobre cómo llegar al desarrollo.
Es la triste realidad de los países del tercer mundo, de los que están en proceso de desarrollo –sin principio ni fin-, de los que se ubican en naciones de ingresos medios pero su verdad en que son igual de pobres que siempre, a pesar de la cháchara.
Si la planificación fuera un proceso serio en nuestros países, todos los partidos tendrían que acogerse al Plan de Nación; pero eso es quimera. Todos quieren llegar para ejecutar su propio plan, sin importar quien caiga y si este sirve para algo. Es ahí el momento en que miramos para atrás y nos preguntamos: cómo fue que llegamos hasta aquí?