Cada vez que termina uno año y se inicia otro es lógico que, aunque sea de manera somera, pasemos balance de los últimos 12 meses y, al mismo tiempo, proyectemos cómo podría ser el próximo. Hay de todo: desde los que viven el día a día y, quizá los menos, los que son metódicos y se fijan metas específicas y realizables. Esto es, por supuesto, en términos personales.
¿Y en cuanto al país, el Estado, los ciudadanos, las instituciones públicas, la economía, los políticos, la justicia, las leyes de tránsito, la educación y la salud, entre otros aspectos nodales para el desarrollo integral de los dominicanos? Para comenzar, tómese en cuenta que 2020 es un año electoral y muchas cosas habrán de suceder. No sólo se elegirán las nuevas autoridades, comenzando en febrero con el nivel municipal y terminando en mayo o junio con el Congreso y el Poder Ejecutivo, sino que será un período de muchas actividades concatenadas con el contexto proselitista.
Yéndonos más adelante, es decir, del 16 de agosto en adelante, lo lógico es que esperemos un gobierno que garantice la estabilidad macroeconómica, pues este indicador es la zapata para que haya paz social. Mirémonos en el espejo de los países sudamericanos y de Nicaragua, en Centroamérica, para que valoremos la importancia de la certidumbre.
Independientemente de quién sea el vencedor en las próximas elecciones, sí estoy seguro de lo imperativo que es para el país reformar su sistema tributario a través de un pacto fiscal que involucre a todos los participantes de la economía.
En cierto modo ha sido la política monetaria la responsable de que en este país se viva en un ambiente de tranquilidad social, pues gran parte del crecimiento ha venido atado a políticas contracíclicas motivadoras de la demanda interna. Lo más factible es que haya un aparato productivo no sólo con vocación y capacidad exportadora, sino que realmente exporte y aproveche los mercados disponibles, tanto de manera bilateral como por los tratados de libre comercio.
¿Y la transparencia? Si de algo estoy seguro es que la sociedad de hoy está más vigilante y empoderada de lo que realmente debe ser un gobierno honesto. La próxima gestión está más que obligada a trabajar apegada a la ética y eso, estoy seguro, lo saben muy bien nuestros aspirantes a dirigir los destinos del Estado dominicano. La sociedad está más atenta que nunca a que funcione el régimen de consecuencias.
Sin embargo, uno de los principales retos, además, está en cómo seguir realizando importantes inversiones en infraestructura pública sin acudir al financiamiento excesivo. Todo apunta a que las alianzas público privadas serán un mecanismo idóneo para garantizar la consecución de importantes obras públicas. Ojalá la ley que cursa sea aprobada y promulgada lo antes posible.
Esta propuesta legislativa fue enviada al Congreso en diciembre de 2018 por el Poder Ejecutivo, como una iniciativa que tendría el fin de promover nuevas inversiones en distintas áreas del Estado, a fin de dinamizar la economía y para rebasar las limitaciones presupuestarias.
En cuanto al gasto público, por tratarse de un año electoral, es casi seguro que se dispare durante la primera mitad del año, especialmente con miras a las elecciones de mayo. Es una práctica que han llevado a cabo todos los gobiernos (sin excepción).
¿Y qué puedo esperar de 2020? Como este año es especial, porque hay un cambio institucional, ha de esperarse que quienes tengan el honor y la responsabilidad de dirigir el Estado lo hagan apegados a los intereses de la generalidad (y no de particulares, aunque esto está por demostrarse). Vestirse de optimismo, como debe ser, es una opción válida en estos casos.