Desde su aparición en la escena política, el 16 de junio de 2015 cuando anunció de manera formal sus aspiraciones a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump exclamó lo siguiente: “Vamos a hacer a los Estados Unidos grande de nuevo”.
Para Trump la grandeza de los Estados Unidos consiste en tener un crecimiento superior al 3% en términos reales e incluso llegó a decir que durante su mandato la economía estadounidense volvería a crecer por encima del umbral del 4% anual, algo que no ocurre desde la década de los 50.
Por otra parte, como parte de esa narrativa política de grandeza, Trump prometió que todos los trabajos del sector minero y manufacturero estarían de vuelta en los Estados Unidos. De igual manera, aseguró que la reforma tributaria que impulsaría de llegar a la presidencia de los Estados Unidos, le aportaría en promedio 4 mil dólares anuales a cada familia trabajadora en el país. Sin embargo, nada de eso ha sucedido bajo las riendas de Donald Trump.
De acuerdo con las diferentes métricas económicas, la economía estadounidense ha cambiado muy poco en comparación a la que Trump heredó el 20 de enero de 2017. El crecimiento del empleo ha sido un poco más lento, pero el crecimiento del producto interno bruto (PIB) ha sido un poco más rápido. Y en realidad esas son buenas noticias en términos económicos para Donald Trump, tampoco el presidente debe sentirse avergonzado de que la economía experimente resultados mixtos sobre la marcha. La realidad que debe entender el presidente Trump es que es prácticamente imposible que las políticas económicas de un presidente mejoren de forma radical la economía de los Estados Unidos, pero existen una infinidad de formas en cómo un presidente puede arruinarla.
A pesar de la desesperación de Trump por impulsar la economía con recortes de impuestos, aumentos de gastos y recortes de tasas de interés por parte de la Reserva Federal, sólo ha ocurrido un aumento modesto y temporal en la tasa de crecimiento. La tasa de crecimiento potencial de la economía, que prometió transformar con políticas inteligentes a favor de los negocios, tales como recortes de impuestos y desregulación, simplemente ha sido una visión utópica.
Durante los 11 trimestres desde que fue elegido presidente, el PIB real los Estados Unidos ha promediado un crecimiento de 2.6% por año, no el 4%, 5% o incluso 6% que Trump prometió. A modo de comparación, el PIB real promedió 2.4% durante los últimos 16 trimestres de la presidencia de Barack Obama. Todo el crecimiento adicional, principalmente desde 2017 fue proporcionado por un impulso fiscal de recortes de impuestos y aumentos del gasto público, a medida que los legisladores republicanos pasaron de los presupuestos de austeridad durante el mandato de Obama a presupuestos deficitarios bajo la presidencia de Trump.
De acuerdo con algunas estimaciones realizadas por el Brookings Institution, durante los últimos cuatro años de la administración de Barack Obama, las fuertes medidas de austeridad que estaban en boga en aquella época le sustrajeron a la economía estadounidense un 0.5% promedio en términos reales en cada uno de esos años.
En un escenario contrafactual asumiendo una política fiscal neutral, el crecimiento del PIB real habría promediado 2.9% de 2013 a 2017. Desde que Trump asumió el cargo, la postura de la política fiscal ha variado, y el estímulo fiscal ahora apuntala el crecimiento: un promedio de 0.6% este año solamente. Si excluimos de la ecuación el impulso de los recortes de impuestos y el gasto, el PIB habría promediado tan sólo 2.4% en términos reales desde 2017. En otras palabras, no hay nada especial en la aceleración del crecimiento. Es simplemente una cuestión de arrojar mucho dinero en la economía.
Trump logró exprimir un poco más el crecimiento de la economía, pero a costa de cientos de miles de millones de dólares del Tesoro. Ese costo podría valer la pena si la reducción de impuestos hubiera sentado las bases para un mayor crecimiento económico en el futuro debido a las grandes inversiones de las empresas privadas y en infraestructura, pero no ha sucedido así.
En otro tenor, el crecimiento del empleo, que es probablemente el indicador más importante sobre la fortaleza de la economía, se ha reducido ligeramente, de aproximadamente 217,000 empleos por mes a 189,000. Esa sigue siendo una cifra respetable, y no hay ninguna razón para que los asesores económicos de Trump mientan y cocinen estadísticas para tratar de hacer que parezca más grande. Desafortunadamente para Trump, es probable que la Oficina de Estadísticas Laborales revise el crecimiento del empleo a alrededor de 175,000 por mes como parte de su evaluación comparativa anual. Sin embargo, sigue siendo un buen número, del que Trump y su equipo económico deben sentirse orgulloso.
Trump a menudo se ha jactado en ponderar las grandes ganancias en el mercado de valores bajo su supervisión, pero, a partir del mediodía del viernes 15 de noviembre, el índice S&P 500, había igualado casi exactamente la tasa de crecimiento del período de (2013-2017). Sin embargo, a lo largo del último año y medio, Trump ha logrado que los inversionistas pasen un timbre emocional con sus negociaciones comerciales intermitentes y tuits sorprendentes. Mientras tanto, los persistentes problemas estructurales de la economía de Estados Unidos no se han abordado.
Aún gravitan sobre la economía estadounidense los mismos problemas estructurales, que dieron al traste con la elección de Donald Trump en noviembre de 2016. En su ruta para hacer de los Estados Unidos un país grande de nuevo, el presidente Trump ha dejado de lado los grandes problemas nacionales. No ha hecho nada por abordar el tema de los servicios de salud, que cada día más aumentan sus costos socavando así, el patrimonio de la clase media. Por ejemplo, un frasco de insulina en 1996 costaba 32 dólares, hoy en día cuesta 320 dólares, y a esto le añadimos que cerca de 38 millones de personas no cuentan con seguro médico.
Tampoco el presidente Trump ha hecho nada por abordar el tema migratorio, al contrario, ha iniciado una cacería de brujas en contra de la inmigración legal, que ha ahuyentado a los estudiantes internacionales que aportan en promedio más de 20 mil millones de dólares a la economía anualmente. Tampoco el presidente ha abordado el tema de la alicaída infraestructura del país, ni del déficit comercial, que a pesar de la Guerra comercial con China sigue estando en la estratósfera, ni el déficit presupuestario que ya superó el umbral del 1 trillón de dólares, por primera vez desde el 2012.
Por otra parte, Trump no ha hecho nada por abordar el tema de la desigualdad, en todas sus vertientes, principalmente en la falta de oportunidades y la económica. Tampoco ha hecho nada para promover el crecimiento y las oportunidades en las regiones abandonadas, como las ciudades industriales abandonadas del Medio Oeste, el Sur y las Grandes Llanuras. Su idea de la política agrícola es poner a todos los agricultores en paro.
Démosle a Trump el crédito que se merece. No ha hecho que la economía de Estados Unidos sea más grande de lo que era antes y, según muchos indicadores económicos en términos reales, no es peor. Después de 10 años de una expansión económica, eso no es una meta fácil de alcanzar. Sin embargo, los problemas enconados en la economía deben ser tratados rápidamente por el próximo presidente y el Congreso, quienes tendrán un espacio corto para abordar el cambio climático, la desigualdad y la falta de confianza entre los gobernados y el Gobierno.