Aunque se parezcan, aunque algunos protagonistas las utilicen indistintamente y hasta eruditos se confundan, la verdad es que competencia y competitividad no significan lo mismo. Sin embargo, sí están estrechamente relacionadas y, de alguna forma, una “le hace coro” a la otra.
Quizá haya uno que otro empresario que quieran ser competitivos (Competitividad), pero no quieran competir (Competencia). Lo que desconocen, con su actitud, es que para ser competitivos es necesario operar en un mercado donde la competencia sea la que impongan las reglas.
Los mercados cerrados, por ejemplo, suelen sucumbir cuando se abren al mundo, no por lo fuerte que sean los competidores que llegan, sino porque el hecho de haber estado de alguna forma aislados no los preparó para la competencia.
Un mercado con reglas de juego claras, transparentes y equitativas suele ser un escenario idóneo para impulsar empresas competitivas. Cuando es la competencia lo que reina, entonces los consumidores, además del proceso de innovación de los sectores productivos, salen beneficiados. ¿Por qué? Porque habrá mejores productos y servicios ofertados a mejor precio. Por vía de consecuencia, las empresas también se benefician porque hay un mayor volumen de ventas, pues la economía se dinamiza.
Las autoridades encargadas de impulsar la competencia sana en el mercado, quizá más que aquellas cuyo papel sea el de coordinar acciones y políticas que impulsen la competitividad, están en la obligación de promover un mercado en el que prime la transparencia. Esto se traducirá en un beneficio común, inclusive para el país que podrá ser visto como un destino propicio para la inversión extranjera.
Abogar por que haya competencia, a fin de que seamos competitivos, es una idea que la dejo en la opinión pública a ver qué pasa.