Los datos que se tienen apuntan a que la economía boliviana ha mostrado un importante dinamismo en los últimos diez años, impulsada básicamente por la inversión pública, por los incrementos en los precios de los hidrocarburos que impactaron positivamente los ingresos (22% al 2018), y por la expansión del consumo interno.
En este último caso, había venido teniendo efectos el otorgamiento de un segundo Aguinaldo (Regalía Pascual), que se otorgaba cuando el producto interno bruto superara el 4.5%, además del incremento que venían experimentando las remesas.
Así también, y según un informe de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL, 2018), la expansión del producto interno bruto de Bolivia rondaba el 4.4% durante el 2018 con relación al año anterior lo que, unido a una baja inflación y a expectativas de continuación de la inversión en infraestructura y en educación y salud, pronosticaban para 2019 otro buen año en el desempeño de la economía de ese país.
Sin embargo, a la economía boliviana la acechada un déficit fiscal cercano al 7.4% del PIB, un déficit en cuenta corriente del orden del 3.5% también del PIB, y el agotamiento de unas reservas internacionales de divisas. Pero el comportamiento de las últimas tres variables no parecían preocupar a las autoridades bolivianas, sobre todo porque la nacionalización del petróleo y el gas en el 2006, otorgaba ingresos adicionales y representaba una segura y permanente fuente de recursos.
Todo lo anterior ocurrió en los 13 años y 9 meses que permaneció Evo Morales como presidente de Bolivia, tiempo en el que también logró importantes victorias electorales ganando en el 2005 con el 54% de los votos, en el 2009 con el 64% y en el 2014 con el 61%. Sin embargo, las intenciones de alcanzar un cuarto mandato consecutivo ya no inspiraba los corazones de miles de indígenas, ni motivaba a millones de jóvenes que solo habían conocido a Evo como presidente del país, ni a una oposición que, por un desgaste natural de los gobiernos que se hacen viejos en el poder, recreó nuevos liderazgos y se posicionó en la mente de la gente. Pero tampoco infundía confianza en las fuerzas armadas y la policía nacional, y mucho menos generaba tranquilidad en el norte de Trump.
Dentro de todo, sin embargo, al parecer Evo Morales cometió un error de cálculo y pensó que era suficiente una alianza con el Tribunal Superior Electoral, modificar un algoritmo en su beneficio, y el resto sería historia. Pero, como hemos dicho siempre, el mundo cambió, y lo que ayer era posible hoy es impensable.
La permanencia en el poder sin límite de tiempo y por cualquier vía es, desde cualquier punto de vista, intolerable. Tampoco el dinero per se ya no representa la diferencia vital para ganar unas elecciones o mantenerse en el poder. Debería ser una enseñanza para mucha gente, de aquí, de allá y de acullá.