Aún resuenan en mis oídos las palabras de John Driscoll, mi profesor de Teoría Macroeconómica en mi postgrado, cuando decía lo siguiente: “Los economistas somos buenos diagnosticando las crisis, pero somos muy malos prediciéndolas”.
El pasado mes de julio, se cumplió el período de expansión económica más largo de la historia de Estados Unidos. Sin embargo, me atrevo afirmar que nadie está preparado psicológicamente para revivir una recesión como la del 2008. Y de igual manera, es probable que la próxima recesión se desarrolle de una manera fundamentalmente diferente a la anterior.
El unilateralismo político que se vive en Washington en estos momentos, conjugado con otros atenuantes tales como: la fragmentación de los órganos reguladores, y la poca efectividad de las herramientas de política económica para apuntalar el crecimiento económico, son el caldo de cultivo perfecto para presagiar que la próxima recesión será más devastadora y prolongada.
Pocos analistas alrededor del mundo tendrían la osadía de afirmar que los reguladores financieros han implementado protecciones suficientes para contrarrestar las practicas bancarias que causaron la crisis financiera del 2008. Pero incluso si hubiéramos aprendido de los errores del pasado, las instituciones e instrumentos financieros que requieren supervisión están evolucionando a un ritmo sin precedentes, volviéndose cada vez más complejos.
Por otra parte, el Banco de Pagos Internacionales ha alzado su voz de alerta por la proliferación de la banca de la sombra o shadow banking, como se conoce en inglés. Según un informe publicado en 2018 de la Junta de Estabilidad Financiera, este tipo de práctica bancaria creció un 8% a nivel mundial, con activos por un valor superior a los 45 trillones de dólares. Dicho informe, hace mención a que las políticas macroprudenciales existentes se diseñaron teniendo en cuenta a las instituciones bancarias tradicionales y, por lo tanto, permiten que la banca de la sombra opere con poca supervisión.
Las regulaciones están igualmente mal preparadas para supervisar muchos instrumentos financieros innovadores que están remodelando la industria. Las plataformas Fintech, que determinan la solvencia crediticia a través de algoritmos en lugar de puntajes crediticios, a menudo no están sujetas a las mismas reglas que los bancos, y a menudo pueden operar en ausencia de límites de tasas de interés. Tales instituciones e instrumentos novedosos presentan características que no son comunes y que requieren un conjunto de respuestas de políticas en evolución. Esto, a su vez, requiere de organismos reguladores integrados y cooperativos con prácticas de intercambio de información simplificadas que permitan a los reguladores mantenerse al tanto de los acontecimientos.
Por desgracia, los organismos reguladores mundiales siguen estando demasiado fragmentados. Estados Unidos, por ejemplo, tiene tres reguladores bancarios federales y dos reguladores del mercado que a menudo compiten en lugar de cooperar. Mientras tanto, el vicepresidente de la junta de supervisión del Banco Central Europeo admitió el año pasado que los reguladores de Europa siguen demasiado fragmentados para supervisar efectivamente.
Además, los llamamientos posteriores a la crisis del 2008 para que los bancos centrales desempeñen un papel más vigilante los han llevado, paradójicamente, a centrarse internamente y descuidar la colaboración a nivel internacional. Esta falta de comunicación y acción colaborativa dificulta la capacidad de los reguladores para las prácticas supervisoras, y cuando ocurra la próxima crisis, estas desconexiones impedirán los intentos de mitigar sus efectos devastadores.
Después del colapso de Lehman Brothers, los bancos centrales de todo el mundo redujeron simultáneamente las tasas de interés. En los meses siguientes, los Gobiernos recurrirían a esta herramienta monetaria probada en el tiempo para combatir la recesión, utilizando recortes de tasas para alentar los préstamos y los gastos. Estas políticas monetarias expansivas están probadas en el campo de batalla y, junto con políticas fiscales prudentes, permitieron a los bancos centrales restaurar lentamente la salud de la economía global. La dura realidad, sin embargo, es que los Gobiernos no tendrán esta arma a su disposición cuando ocurra la próxima recesión.
A raíz de la crisis de 2008, las tasas en todo el mundo se redujeron a cero, y la frágil recuperación las mantuvo allí. Para gran parte del mundo, incluidos Estados Unidos y Europa, las tasas muy bajas a casi en cero significan históricamente poco margen de maniobra para bajar. El estímulo fiscal podría proporcionar una alternativa efectiva. Pero el aumento del gasto gubernamental enfrentó una fuerte oposición durante la última recesión y es probable que enfrente más durante la próxima. Para las economías avanzadas, la deuda pública promedio ahora vale más del 100% del PIB, un 30% más que en 2007.
Si las tasas de interés cercanas a cero y la falta de intercambio de información obstaculizarán y cegarán a los reguladores, las esperanzas de revertir una recesión dependerán de una respuesta global multilateral. En 2009, la colaboración ayudó a evitar el desastre ya que el G-20 se comprometió a pedir prestado y gastar lo que pudo, y a abstenerse de nuevos aranceles. Pero el panorama político actual se caracteriza por la discordia y el nacionalismo económico, y la acción conjunta parece mucho menos probable. Sin comunicación y acción concertada, es probable que la próxima crisis resulte mucho más insoluble.
Los bancos centrales y los Gobiernos deben compartir información y alinear estrategias. Una vez más deben prometer no lanzar aranceles o depreciar sus monedas. Si, en el momento de la crisis, los políticos serán demasiado cautelosos para apoyar el estímulo fiscal, los Gobiernos deberían trabajar juntos ahora para diseñar mecanismos que desencadenen automáticamente en aumentos de gastos al comienzo de la crisis. Además, para ayudar a mantener una demanda agregada suficiente, los Gobiernos deberían trabajar con empresas privadas para que los incrementos salariales del 5% al 10% sean manejables.
Para lograr tales reformas, necesitaremos más que el apoyo del FMI, el Banco Mundial y Bretton Woods, organismos que a menudo son dirigidos por la política y los intereses nacionales. Los foros de liderazgo global despolitizados del sector privado, que invitan a personas no sólo del mundo de los negocios y de la política, sino también de organizaciones sin fines de lucro, comunidades religiosas y empresas sociales, pueden tener éxito en la configuración de soluciones que renuncien a los intereses egoístas. Sin embargo, tales foros son, en el mejor de los casos, simbólicos siempre que no se mantengan con los más altos estándares.