Los aprestos, políticas y estrategias para reducir la pobreza de los pueblos son casi siempre loables y, en la mayoría de los casos, vistas con buenos ojos por toda la población. De hecho, son comúnmente colocadas en los programas de gobierno de los candidatos a cargos electivos, y en muchas ocasiones forman parte de los temas de campaña electoral. A nivel internacional, organismos como el Banco Mundial, el BID, la OCDE, la CEPAL, entre otros, estudian de manera permanente el fenómeno de la pobreza, al tiempo que proponen y financian diferentes iniciativas para eliminar o reducir este flagelo.
De manera particular, recientemente la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) presentó un estudio en donde daba cuenta de que en República Dominicana se había reducido la pobreza rural y la alimentación, en alrededor de un 50%, al pasar de un 24% en 2014 a un 9.5% en 2019. Sorprendidos de estos datos, los organismos internacionales han felicitado al gobierno dominicano por estos logros, y hasta lo han tomado como una mejor práctica a nivel de América Latina.
No obstante lo anterior, la pobreza es un tema de educación y, más concretamente, de ingresos. Si no hay salarios y emolumentos suficientes, y permanentes, no hay forma en que haya menos pobres en ningún país. Lo anterior viene a cuento por la historia breve que contaré. Recientemente, acudí a una entidad de intermediación financiera en búsqueda de un préstamo hipotecario. La radiografía de todo el proceso no la describiré en detalle, pero daré algunas pinceladas para que saquen sus propias conclusiones sobre el viacrucis que esto representa para una persona pobre con ingresos insuficientes.
Lo primero es que usted debe pagar entre un 20% y un 30% para poder optar por un crédito de un inmueble, lo que supone haber generado un ahorro, quizás de toda su vida laboral. Pero el problema apenas empieza. Lo otro es que ser sujeto de crédito es como casarse con la gloria, pues debe demostrar que sus ingresos son tres veces mayores a la cuota del préstamo a ser obtenido. Líbrese de que aparezca con deudas en cualquiera de los burós existentes, ya que el rechazo de su solicitud será automático.
Pero piense que le aprobaron, con suerte, el préstamo hipotecario. Ahora tendrá que buscar fondos para los gastos legales y administrativos, pagar el impuesto de transferencia de un 3%, los seguros, uno de la hipoteca y otro de vida. Debe, además, tener saldadas sus deudas de tarjetas de crédito, abrir una cuenta en la entidad financiera para que deposite ahí la mensualidad del préstamo. La verdad, no sé cómo un pobre dominicano, con salario de miseria, puede acceder a un préstamo de este tipo y dar una demostración fidedigna de que ha salido de la pobreza.