Las personas, como entes individuales, tienen distintas formas de pensar o de actuar, pero la vida en sociedad hace que se produzcan comportamientos parecidos, influenciados por diversos factores como la educación, costumbres, medio ambiente, entre otros.
En el caso de los dominicanos, y tal vez ocurre igual en otras sociedades, he observado que las personas mientras más pobres menos respeto sienten por el dinero; en cambio, los más ricos, generalmente son más “respetuosos del dinero”, algo que en términos populares se describe como “tacañería”.
Pero en realidad, ser tacaño no es malo. Además, debería ser más efectivo entre las personas con más limitaciones económicas, lo cual no parece ser la práctica.
Ya sea por temor, vergüenza o cualquier otra razón, muchas personas de escasos recursos no acostumbran, por ejemplo, a contar el dinero que reciben como pago por cualquier servicio prestado, no dan seguimiento estricto a los movimientos de su cuenta bancaria, ya sea de ahorro, de nómina o de crédito.
Asimismo, se tiene la tendencia a “redondear” los compromisos económicos con más facilidad entre los pobres que entre los ricos. Los pobres son los que acostumbran a usar la frase: “no hay que morirse por tantos pesos”, o “eso son cheles”, refiriéndose a una cantidad “x” de dinero devengado o por pagar.
Pero también los menos pudientes tienden a resistirse más al ahorro, con el argumento, muchas veces injustificado, de que el dinero que perciben es tan poquito, que no alcanza ni para los gastos cotidianos, lo cual, en lugar de reportarles un sobrante mínimo para ahorro, les obliga a tomar prestado a rédito antes de terminar cada quincena.
Puede que sea cierto, pero también es cierto que muchas veces, un asalariado, de bajos ingresos, reciben por una razón o por otra, un dinero “extra”, es decir, fuera de su salario regular, ya sea porque hizo un trabajo adicional, porque recibió una remesa, porque se sacó la lotería o por lo que sea.
Pero en lugar de tomar ese dinero y pagar las deudas que le generan altos intereses, de ahorrarlo en el banco o ambas cosas a la vez, lo que hace es “darse un gusto” y gastarlo en diversión, celebraciones o en la compra de algún artículo de lujo que posiblemente o seguramente no necesita.
No me gusta el pasaje bíblico que hace referencia a la señora pobrecita que entra a un templo y aporta la única moneda que tenía, lo cual hace que Jesús diga que esa señora aportó más que lo dado por los más ricos, porque dio todo lo que tenía, mientras los ricos, apenas aportan una mínima parte de sus bienes.
El hecho es que eso hace pensar al pobre que lo que tiene, por ser poco, no vale nada y por eso no le dan el valor requerido. En realidad, si usted es pobre y tiene poco, debe valorar lo poco que tiene y debe procurar que eso, que es poquito, se vaya agrandando con base en el ahorro, en la valoración de lo que se hace.
Prefiero pensar que, para aportar, para donar, para redondear, para gastar, primero hay que producir; y esa producción debe ir al mismo ritmo de lo que se desea: primero para satisfacer nuestras necesidades básicas y procurar que sobre, aunque sea forzosamente, para poder ahorrar algo, aunque sea poco.
El ahorro ofrece seguridad, tener algo de “reserva” le da tranquilidad al ser humano. El cambio, estar en déficit y endeudado constantemente, genera estrés, intranquilidad y constantes frustraciones.
Los más ricos saben eso y es, posiblemente, la razón por la que sienten más respeto por el dinero que los pobres. No es que sean codiciosos o ambiciosos, sino, más bien, conscientes de los beneficios de la disciplina financiera con base a lo que se adquiere como fruto del esfuerzo.
Sólo los que obtienen dinero “fácil” o de orígenes dudosos se prestan a ostentar y desperdiciar, mientras los que han acumulado riquezas con base en el esfuerzo y el trabajo, tienden a ser más discretos y más medidos a la hora de darse cualquier “gusto” o de realizar compras de bienes y servicios.