Se afirma que existen dos cosas de las cuales no se escapa un individuo, una es la mentira y la otra es el pago de impuestos. Los tributos, como originalmente se les llamó, tienen la característica de que su recolección es imprescindible para lograr los ingresos suficientes que permitan solventar la administración pública; pero también constituyen esa Espada de Damocles que pende diariamente sobre los agentes de la economía, léase consumidores y también micro, pequeñas, medianas empresas y grandes empresas.
Y, en ese proceso de cobro y pago de impuestos, comúnmente se genera un pugilato entre los que deben tributar, voluntaria o coercitivamente, y la administración tributaria, es decir que mientras los primeros quieren evadir y/o eludir esos tributos, el Estado, a través de sus diferentes instrumentos, busca hacer cumplir las leyes que amparan la gestión impositiva.
Sin pensar en quien gana o pierde en esta lucha, lo cierto es que los recaudadores de impuestos tienen que ser cada vez más creativos para lograr las metas presupuestarias por el lado del ingreso, sobre todo en momentos en donde los déficits fiscales les obligan a ser más eficientes e innovadores en esta difícil tarea.
Algunas experiencias de intervenciones para lograr el cumplimiento tributario sería bueno analizar, aunque esto implique darles nuevas ideas a nuestros verdugos. En efecto, en el Informe Macroeconómico de ALC (2019), se plantean diversas estrategias que se han implementado, en diferentes países, a los fines de subir, entre consumidores y empresas, lo que se denomina como la “moral tributaria”. Esto implica, entre otras cosas, mostrarle al contribuyente la importancia de pagar los impuestos, y las sanciones que conlleva su evasión, todo esto mediante la utilización de tácticas de persuasión –sacadas de la economía del comportamiento- que hagan cercano al agente tributario.
Por ejemplo, Guatemala utilizó un mecanismo que era consistía en el envío de una comunicación en donde se le informaba al contribuyente, amablemente, su estado de situación tributaria, al tiempo que se le ofrecía información sobre los pagos que ya habían hecho sus pares. Así también, “En Costa Rica, el envío de correos electrónicos con medidas coercitivas creíbles triplicó la tasa de presentación del impuesto sobre la renta y duplicó la tasa de pago en empresas que anteriormente no declaraba”. De su lado, Colombia optó por enviar cartas, correos electrónicos y visitas personales, con resultados sorprendentes.
En el caso dominicano, a la administración tributaria se le ha visto siempre como un lobo feroz, implacable, que cobra moras e intereses sobre deudas que se generan en el no cumplimiento de las obligaciones impositivas. Sería bueno que, a partir de ahora, se piense en métodos más innovadores y creativos para lograr que los agentes económicos se sientan complacidos al momento de tributar. Tal vez se podría empezar con que el Estado gaste mejor y lo haga de forma más eficiente y transparente, y también que la DGII no vea al contribuyente como un evasor por naturaleza, y que por lo menos ponga café en sus oficinas y habilite parqueos para los usuarios.