Cuando uno lee y relee las conclusiones del directorio ejecutivo del Fondo Monetario Internacional (FMI) referentes a la consulta del Artículo IV, se pueden observar ideas económicas encontradas que, vistas desde la óptica del individuo común, pueden crear suspicacias y hasta dudas sobre la bonanza de la economía dominicana en el mediano y largo plazos.
En efecto, es evidente que la economía dominicana es la que más ha crecido de la región durante los últimos cuatro lustros, llegando a un histórico 7% para 2018, cuando la mayoría de los países experimentaban crecimiento moderado de su producto interno bruto.
Más aun, se pronostica que el crecimiento de la economía dominicana, a finales de 2019, sea de alrededor de un 5.5%, manteniendo niveles de inflación cerca de la meta establecida de un 4% +- 1%. En ese marco, el FMI aplaude la neutralidad de la política monetaria implementada por el Banco Central, al tiempo que alude al mantenimiento de los actuales niveles de tasas de interés, así como de la tasa de cambio, pues, en este último caso, no existen presiones de consideración relativas a la balanza exterior que justifiquen un deslizamiento mayor al que ha ocurrido en los últimos años.
Un sector turístico en franco crecimiento durante 2018, junto a un incremento vertiginoso de la inversión extranjera directa durante 2017 y crecimiento moderado durante 2018, además de un flujo sostenido de remesas, conforman una tripleta a la que se puede apostar para tener un flujo de divisas que contribuya a la estabilidad del mercado cambiario, y a una apuesta para garantizar niveles adecuados de reservas internacionales de divisas.
Hasta ahí todo iba bien. El problema está cuando se analizan las cuentas fiscales, o sea, el flujo de recursos para alimentar a una economía que crece, pero también para pagar una deuda pública consolidada que alcanzó un 53.1% del PIB durante 2018, según el propio FMI.
Para este organismo internacional, “El Gobierno pretende reducir los déficits mediante la moderación de los gastos y los esfuerzos concentrados para aumentar la recaudación de impuestos mediante el cierre de lagunas fiscales y la contención generalizada de la evasión”.
Sin embargo, no se sabe cómo logrará esto con una presión tributaria comparativamente baja (13.7% del PIB, según datos del FMI), un año preelectoral que amenaza con gastar todo el dinero de las arcas públicas, y sin tener una esperanza, en el corto plazo, de realizar una reforma fiscal holística, para utilizar un concepto del amigo economista Henri Hebrard.
En definitiva, tenemos una economía estable, pero amenazada por un problema fiscal que puede convertirse, al 2020, en un huracán de Categoría V.