Las rosas de Bayahíbe (Pereskia quisqueyana) crecen de manera pausada. El atardecer se despide con el coro de aves que trinan entre los matorrales, mientras juguetean libre en el Jardín Botánico Profesor Eugenio de Jesús Marcano Fondeur, cuyo nombre rinde homenaje al legendario educador e investigador de nuestra flora y fauna.
En la mañana, las mariposas aletean mientras un carpintero (Picidae) descansa sobre la cabeza del imponente Cristo Vivo que corona la parte alta del jardín. Algunos ciclistas se ejercitan en la ruta interna del parque. Los obreros siguen su afán de habilitar los espacios.
Nos gustaría que fuera más amplio que los 260,283.64 metros cuadrados que ocupa ahora, que sus árboles, sedientos en medio de la gran sequía, crezcan con mayor prisa. Que su puente colgante pase sobre un verdadero curso de agua. Pero confiamos en que la belleza se abrirá con toda grandeza en este espacio destinado a instalarse en la agenda turística de Santiago.
Santiago de los Caballeros tiene ahora en sus manos un tesoro. Los esfuerzos de munícipes como Francisco Domínguez Brito y de los biólogos de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) Eleuterio Martínez y Felicita Heredia, así como de los integrantes de la Sociedad Ecológica del Cibao (Soeci) y del Centro Universitario Regional de Santiago (Cursa), rendirán un fruto perenne que aportará a la conservación, al conocimiento y al sano esparcimiento de los ciudadanos.
Si vive en Santiago y todavía no lo visita, corra hasta el botánico con un libro de Mario Benedetti para “sentirse árbol o prójimo”, bajo alguna sombra tendida “a la izquierda del roble”.