El cuco de cualquier banco central es que se dispare la inflación. Esta variable macroeconómica limita el poder de consumo, es decir, la capacidad de compra que tiene el salario de la población. República Dominicana, que en estos días aprobó un aumento al salario mínimo de un 14%, ha sido un ejemplo en materia de estabilidad de precios.
Sin embargo, cabría una pregunta: ¿para qué ha servido mantener a raya la inflación si a pesar de eso las quemas de la población a causa de un salario deprimido no cesan? Las autoridades, de hecho, han admito que en República Dominicana hay salarios muy bajos, lo que imposibilita el acceso a bienes y servicios de una parte importante de la población.
Los bajos salarios también tienen otro efecto en la economía: En la medida que los ciudadanos no pueden consumir, tampoco el Gobierno recibe ingresos suficientes a través de los impuestos. Cuando se cae el consumo también lo hace el flujo de recursos al fisco. Es una lógica que se cumple al pie de la letra.
¿Cómo es posible que el poder de compra de los dominicanos sea tan bajo en un escenario de baja inflación si se supone que el salario debió permanecer fuerte? Quizá sea un fenómeno digno de estudio, pero a simple análisis hay una explicación: La economía local siempre se ha caracterizado por bajos salarios, lo que se ha convertido en un círculo vicioso que afecta a todos: a las empresas, porque podrían ser menos productivas, y a la gente, porque no pueden consumir más, y al Estado, ya que no recibe los ingresos vía las recaudaciones fiscales.
Lo más lógico en este caso es pactar una mejora en las condiciones de salarios, pero también de productividad de las empresas. Por un lado sería bueno saber cuán productivo resulta ser un colaborador para una empresa para que su salario vaya acorde a su rendimiento. Ninguna empresa, y debe quedar claro, está en la obligación de pagar para que le “hagan hora”, pero ningún empleado está para trabajar por un salario diezmado.