[dropcap]M[/dropcap]ás allá de las funciones comunes asignadas al dinero por la economía, en la sociedad moderna este ha adquirido vida propia, adoptando su propia personalidad y generando una confusión entre su esencia como medio de intercambio y la representación que se le otorga desde el punto de vista de aspectos culturales y sociales fuera de la esfera del mercado.
En efecto, expresiones como “el dinero no es la felicidad, pero vive al lado” surgen de una inventiva y un imaginario cotidiano que rebasa el mero concepto económico, lo que hace pensar que el dinero ha rebasado su función económica para convertirse en algo casi divino.
Sin embargo, en la forma en como lo conocemos desde los tiempos en que facilitaba el trueque, el dinero era una representación del valor que le dan los individuos a los bienes que era intercambiados. Así, un pollo podría tener el mismo valor que un pantalón, siempre y cuando el nivel de satisfacción o utilidad de los individuos participantes en el intercambio fuera la misma.
No obstante, desde su aceptación como representación universal del intercambio de mercancías y servicios, los empresarios demandan dinero para fines de invertir en nuevos proyectos, en tanto los consumidores tienen el motivo de adquirir bienes y servicios, así como para mantener una cierta cantidad de dinero líquido por “si algo pasa”.
Existe, por otro lado, un abordaje psicológico del dinero, en “donde la moneda no solo satisface la necesidad de establecer intercambios comerciales sino que se constituye en la imagen del poder al ofrecer su fértil campo a los atributos impuestos por los hombres” (Guzmán F., 2000).
De ahí que, comúnmente, se han utilizado símbolos de poder en las diferentes formas de dinero que han conocido a través de la historia de la humanidad, los cuales van desde dioses, personajes históricos, escudos y retratos de gobernantes, buscando siempre enviar una imagen de poder. Pero Zelizer (1989), citado por Guzmán F., plantea que el dinero también existe fuera de las esferas del mercado y está profundamente conformado por factores estructurales, sociales y culturales, transfiriendo a equivalentes numéricos valores y sentimientos que, a su vez, mutan hasta el propio dinero durante el proceso.
Esto implica, de manera concreta, que el dinero ha venido transformando a las sociedades pero, al mismo tiempo, este ha sido transformado por estas. Por ello, algunos autores alertan el peligro que corren las sociedades modernas con el dinero plástico, electrónico o virtual.
Por ejemplo, Wheatheford (1997) se arriesga y afirma que en la postmodernidad “el nuevo dinero engendrará cambios profundos en los sistemas políticos, en la configuración de empresas comerciales y en la estructura de clases”, convirtiendo al efectivo en un dinero especial con tendencia a desaparecer y a ser solo utilizado por las personas de escasos recursos.
Ahora bien, de todo lo que se pueda decir del dinero, de su concepto de medio de cambio y unidad de valor, de su representación de poder o de su esencia transformadora, me quedo con lo que decía Aristóteles de que el uso natural del dinero consiste en “gastarlo”.