A los economistas muchas veces se les compara con los prestidigitadores, aquellos individuos que tienen la capacidad de ilusionar y confundir a quienes son sus espectadores, pues tienen la virtud y la técnica de pronosticar el futuro –comportamiento de variables económicas y sociales- y, al mismo tiempo, sacar conclusiones sobre cosas que no han ocurrido, están por ocurrir o que ya ocurrieron.
Sin embargo, a los economistas hay que otorgarle el espacio de la duda, ya que su intención, a excepción de algunos que mienten como bellacos, casi siempre apunta al bienestar de la sociedad, que es lo mismo que el bienestar de los agentes económicos, es decir, las empresas, los consumidores y el Estado.
Pero en esa complicada función social a la que se dedican los economistas, una es particularmente interesante y hasta cierto punto riesgosa: predecir, anunciar y vaticinar una crisis económica.
El riesgo está, al igual que la salvación, en que no ocurra lo pronosticado; pero es difícil cuando todos los elementos de causalidad se colocan uno al lado del otro. Me explico. Si un gobierno gestiona mal una economía es poco probable que salga airoso al final del período, al igual que si se endeuda indiscriminadamente, a causa de su creciente déficit fiscal, y persiste en su incapacidad para generar ahorros.
Por igual, si se desconoce o existe desinterés en llevar a cabo las reformas económicas necesarias, con el argumento de que eso puede afectar los resultados electorales, es casi seguro que esto se constituya, en un corto o mediano plazos, en una fuente de crisis.
Así también, a nivel internacional el horno no está para galletitas, y si se continúa pensando en que la economía está blindada, y que la persistente guerra comercial entre Estados Unidos y China, y sus efectos sobre el resto del mundo, no afectará a los mercados locales, entonces se está incubando otro foco alimentador de crisis.
Algunos teóricos sugieren, además, que en términos cíclicos Europa está mostrando signos preocupantes de crisis, lo cual podría tener consecuencias importantes para América Latina y, en particular, para los países de ingresos medios y bajos, incluyendo a República Dominicana.
Si a todo lo anterior se le suma un comportamiento errático a nivel político, una atomización de la oposición política, una pasividad pasmosa y preocupante de la clase media, una actitud silente y despreocupada de los trabajadores, y una distribución peligrosa del empresariado y las élites en cuanto al apoyo a facciones del gobierno que están en pugna, debemos colegir que los economistas que pronostican una crisis para el 2020 tienen la razón. Que Dios nos agarre confesados.