En un conocido programa de televisión (Enlace Gobierno-Empresa) producido y conducido por el buen amigo David Toribio, decíamos que lo primero que debemos hacer para reconocer la importancia de algo es comprenderlo a fondo. Precisamente de esa forma procedimos en 2006 con el concepto de “infraestructura o sistema nacional de la calidad” (IC).
Primero evaluamos las características del sistema nacional entonces vigente liderado por la Digenor sobre la base de un diagnóstico realizado con la asistencia del Instituto de Metrología de Alemania (PTB), institución líder en la difusión mundial de estos sistemas. Concluimos que dicho sistema era técnicamente obsoleto e incapaz de inspirar confianza en los actores del mercado, además de que encarnaba al juez y a las partes en una sola funcionalidad técnico-institucional.
Segundo, conocimos y estudiamos in situ el funcionamiento y las características de sistemas similares en los ejemplos de avanzada de Costa Rica, Uruguay y Colombia en la región, y de Alemania, Francia y España en Europa. Este proceder decidió la muerte institucional de la Digenor, organismo creado mediante la Ley núm. 602 del 20 de mayo de 1977.
Tercero, luego de concluidas esas jornadas iniciamos junto al PTB la redacción del anteproyecto de ley del Sistema Dominicano para la Calidad (Sidocal), cuidándonos de que fuera debidamente evaluado por los principales organismos de normalización, acreditación y metrología de la región.
Cuarto, al término de este trabajo, junto a otros compañeros de aventura del CNC, arrancamos con la campaña de difusión y promoción del concepto de IC.
Esta fue una larga e intensa jornada de talleres, seminarios, conferencias, programas de televisión y foros regionales. En estas actividades pudimos asegurar la participación de las principales autoridades mundiales y regionales en materia de calidad, incluidos secretarios generales de la ISO, dos presidentes de la Comisión Electrotécnica Internacional (IEC) y reconocidos expertos de organismos especializados de Hispanoamérica y Europa. Estas actividades en conjunto definirían lo que llamamos en su momento “movilización general para la calidad”.
El esfuerzo valió la pena: concluimos con la aprobación de la Ley núm. 166-12 que crea el Sidocal, si bien nadie recuerda ya todo el esfuerzo humano, técnico y congresual que estuvo detrás de esta esperada coronación.
¿Fue realmente un mero ejercicio académico cuyo resultado, el Sidocal, nada tiene que ver con la generación del cambio del modelo económico que ahora reclaman al unísono empresarios y gobierno? Depende cómo se vea el Sidocal. No es lo mismo dejar de mencionarlo porque no se comprende su lógica técnica ni la importancia de los servicios que debería ofrecer para superar la inercia productiva-competitiva, que comprenderlo y dejar de mencionarlo.
En el primer caso, las autoridades deberían entonces desplegar un esfuerzo sistemático para difundir una cultura de calidad que tenga como eje central el Sidocal.
En esta nueva movilización, a los empresarios convendría estar a la vanguardia, en la primera fila. En el segundo -se comprende, pero la dimensión de la calidad aparece con un rol marginal en el cambio-, hay muy poco que hacer porque, conociendo las gravitaciones decisivas de esta infraestructura en cualquier dinámica productiva y no mencionarla, pone al descubierto una “renovada” retórica discursiva, la misma que ha impedido una aproximación real a una economía competitiva sobre bases verdaderamente dinámicas.
En este último caso, nuestro discurso pro-innovación y competitividad no es sincero: se trata simplemente de anunciar que por fin vamos a dar a luz al genio de la productividad sostenible para seguir con los demonios de la conocida y muy afianzada visión rentista-patrimonialista: aquella de los negocios cortoplacistas y de altos rendimientos relativamente fáciles, los cuales, con mucha frecuencia, salen muy caros en el largo plazo.