Registra la historia que el día 17 de julio de 1947, el dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina ordenó el pago del remanente de la deuda externa dominicana, que en ese momento era de US$9,401,855.55 (Cabral, 2009). Previo a ese acontecimiento, el devenir del país había transitado entre períodos intercalados de crisis económicas y de finanzas públicas, que conducían casi siempre a nuevos empréstitos, mientras los problemas fundamentales de la nación seguían su agitado curso.
Dentro de estos empréstitos, se destaca el tomando a la Casa Hartmont, de origen londinense, por un total de 420,000 libras esterlinas, el cual se constituyó en una Espada de Damocles que pendió por casi 60 años sobre la cabeza de la economía dominicana. Por este monto, el país debía pagar, durante veinticinco años consecutivos, 158,900 libras esterlinas anuales, lo que arrojaba un total de 1,472,500 en pago de intereses y capital.
Un negocio redondo para Edward H. Hartmont, representante de esa casa financiera, quien se llevó unas 100,000 libras esterlinas como pago por comisión, y por los desembolsos y riesgos que había tenido durante la negociación.
Señala Cabral (2009), que como resultado de las acciones fraudulentas en que desembocó el préstamo de marras, se produjo un escándalo en todos los centros financieros de Europa, lo que motivó que República Dominicana fuera considerada como un “símbolo de la bancarrota”, quedando desmeritada para realizar negociaciones bajo condiciones de honestidad. Pero las calamidades dominicanas con el tema de la deuda no empezaron ni terminaron ahí, ni aun con el saldo de esta que hizo Trujillo.
Pasado el derrocamiento del dictador, la revolución de abril de 1965, el triunvirato y el ascenso al poder del Dr. Balaguer, la deuda dominicana rondaba ya los US$165 millones en 1966, llegando a US$267 millones en 1970.
Sin embargo, el salto cuantitativo más alto de la deuda, previo al comportamiento de los últimos 20 años, se produce en el período 1970 y 1990, cuando esta crece casi 17 veces, llegando a un volumen total durante ese último año de casi US$4,500 millones.
Con posterioridad a 1990, y cercano al 2002, se manifiesta un relativo desmonte y/o estancamiento en los niveles de la deuda externa dominicana –cambio de metodología incluido–, pues esta se mantuvo en los US$4,400 millones, representando en ese momento el 17.1% del PIB. De ahí en adelante la historia es otra. En efecto, durante el período 2002-2018, la deuda se ha multiplicado por siete, avanzando también casi 22 puntos porcentuales con relación al PIB.
De la misma manera, a abril de 2019, la deuda pública dominicana es 122 veces mayor que la que se tenía en el 1970, un salto mortal para un país pobre, a pesar de la cháchara. Pero si de algo debemos estar orgullosos los dominicanos con esto de la deuda, es que de Hartmont a Trujillo, y hasta nuestros días, seguimos con los mismos males y problemas, y con los mismos desaciertos. A eso se llama consistencia.