“Aquí no llueve desde noviembre del año pasado”, lamenta un viejo productor agrícola de la costa de Montecristi. “En enero de este año cayó una llovizna, pero solo se sintió para la parte de las lomas”.
Las contadas lagunas de la zona muestran su fondo seco. Todo el ambiente evoca una recia resequedad en un momento en que algunos puntos de la región norte sienten el retorno de unas lluvias que todavía no mitigan la prolongada sequía.
Los habitantes de Las Agüitas, que soñaron ser beneficiados con el ambicioso proyecto del Acueducto de la Línea Noroeste, deploran la falta de agua potable. La emigración al extranjero marca su presente y futuro. “En el 1985 no quedó nadie en este campo, todos nos fuimos (en yolas la mayoría) para Puerto Rico”, comenta un campesino que, en sus varios intentos migratorios, llegó a establecerse en la vecina isla, aunque lo deportaron en dos ocasiones.
Ahora todo huele a resignación. Solo chivos y ovejas se ven saludables. Esto nos lleva a pensar que, a lo mejor, ese pastoreo nómada en el que el ganado anda sin control por todas partes, comiendo todo retoño de verdor, también condena a la zona a la proverbial resequedad que exhibe, pese a los constantes vientos del Atlántico que silban sin cesar por estos campos.
Así como los gobiernos descubrieron que pueden explotar la zona con proyectos de energía eólica, también podría concentrar técnicos agrícolas y ambientales para determinar cuáles medidas contribuirían a mitigar los efectos de la sequía en la costa de Montecristi. Excluir algunas áreas del pastoreo podría ayudar.