Tengo la firme convicción de que el dominicano debe ser el ser humano sobre la faz de la tierra que más se ha acostumbrado a que lo maltraten, y a que hagan con él lo que le venga en ganas a los gobernantes de turno. Algunos ejemplos serán suficientes para validar esta afirmación.
Desde hace más de 60 años se ha repetido, hasta la saciedad, que el problema eléctrico se va a resolver y, bajo ese pretexto, hemos sido víctimas de golosos empréstitos, inversiones en dólares al granel, negociaciones nacionales e internacionales, acuerdos de aposento, firmas de contratos onerosos, intermediarios fatales que se han llevado el fardo, y una plegaria de cosas que, de seguro, no terminará con Punta Catalina. Con todo, el dominicano sigue obediente y esperanzado en que sus días de oscuridad, pronto formarán parte de lo que el viento se llevó.
Otro ejemplo irrebatible de la capacidad de aguante del dominicano, se puede verificar en el sector transporte y en el rosario de soluciones repetidas cuyo común denominador de los involucrados –Gobierno y transportistas- ha sido el negocio.
Desde la desaparecida Onatrate, pasando por las guaguas banderitas, hasta llegar a la OMSA y también al más reciente ensayo de transporte masivo –el Metro y el Teleférico-, los recursos públicos que se han despilfarrado en dicho sector son incontables. Con todo, el dominicano de a pie sigue como Juancito el caminador, buscando soluciones individuales y convencido de que nadie arreglará esta situación.
Ejemplo adicional de esa condición tan noble del dominicano, la podemos encontrar en el sistema tributario, en donde un microempresario paga las mismas tasas impositivas que la gran empresa, y el impuesto sobre la renta se cobra a todos por igual, lo mismo que el impuesto a la transferencia de bienes industrializados y servicios, y la mayoría de las reformas apuntan siempre al incremento de las tasas impositivas; es decir, peor iniquidad no podría imperar. Con todo, el dominicano se ha acostumbrado apaciblemente a que le saquen de los bolsillos cualquier cantidad de recursos en forma de impuestos.
Pero donde la puerca retorció el rabo en cuanto a la resiliencia del dominicano frente a las acciones de sus gobernantes, es el establecimiento del sistema de seguridad social. Lo primero es que transformaron un sistema de salud en un sistema financiero, en donde pesa más lo que se le pueda sacar a los usuarios de los servicios que la salud de los mismos. Al mismo tiempo, se inventaron –copiaron- un sistema de pensiones que solo ha servido para alimentar un mercado financiero y, de paso, resolver el problema de captación de los intermediarios financieros.
Paralelamente, al dominicano lo pusieron a ahorrar de forma obligatoria, mediante el establecimiento de un sistema de pagos automatizado. Mientras tanto, y con todo, el dominicano sigue tan pobre como antes, aunque ahora más endeudado. Y así podríamos seguir ejemplarizando con el agua, la basura y otros muchos males que los políticos no han querido resolver porque constituyen la justificación de su permanente retorno.