Se despide la sequía del territorio dominicano y –estoy todas las veces del mundo seguro– dejaremos de ver los titulares y consideraciones de expertos (todo tipo de expertos) refiriéndose al gran reto que enfrenta República Dominicana por la falta de lluvia.
En el período de sequía, cuando sentíamos que nos faltaba el agua hasta para cepillarnos los dientes, se daban todo tipo de consejos: cierre la llave, no lave vehículos, riegue el jardín una vez a la semana, posponga la siembra agrícola y, por supuesto, ahorre hasta la última gota de agua. Se escuchó de todo.
Había gente que parecían expertos con estudios de posgrado cuando hablaban del tema. Las autoridades, por su lado, realizaron decenas de visitas sorpresas a las zonas más afectadas, principalmente hacia la Línea Noroeste donde se reportaron cientos de muertes de reses como consecuencia de la falta de agua.
Por otro lado, vimos a los funcionarios encargados del agua potable, en todas partes del país, dar sus explicaciones sobre el déficit y sobre los bajos niveles de los embalses de las presas, invitando a la población a tomar las medidas de control para no desperdiciar el “preciado líquido”, al que sólo valoramos cuando comienza a escasear.
En otra esquina aparecieron los encargados de las hidroeléctricas, cuya producción de electricidad también se vio afectada porque la prioridad, en todo caso, es el agua para consumo humano.
En fin, los dominicanos acostumbramos a mediatizar y enfrentar las crisis cuando las tenemos encima. El gobierno tiene un máster en esto. Jamás hemos hecho prácticas de planificación en tiempos de calma, que es cuando realmente se toman las decisiones más importantes. Esperemos la próxima crisis de sequía y volverán todos estos comentarios, como si nada, incluyendo la famosa Mesa del Agua.
Haciendo un ejercicio de optimismo, el reto ahora es evitar que estas crisis, que son cíclicas, no nos tomen desprevenidos. Planificar e invertir en infraestructura de almacenamiento es fundamental. Y lo más importante: en conciencia ciudadana.