Sin dudas, la deuda pública ha devenido en uno de los problemas fundamentales de la economía dominicana, aun a pesar de los esfuerzos que se hacen desde el Gobierno para minimizar la situación. Y se dirá que el país puede seguirse endeudando mientras encuentre quien le preste y hasta tanto siga teniendo capacidad de pago, aunque este último se haga con nuevos endeudamientos. También, se dirá que existe una estrategia para el manejo de la deuda, y que su implementación garantiza la permanencia de la nación en los mercados internacionales de empréstitos, gozando de una buena calificación de riesgo y mostrando los datos del crecimiento económico.
Pero nada dura para siempre, mucho menos la deuda. Llegará un día en que no será posible ni desmontarla ni pagarla, y los que ayer nos compraban los bonos con mucho entusiasmo, pasarán a ser acreedores sin escrúpulos y cobradores compulsivos. Entonces, cuando eso suceda, empezaremos a buscar los culpables de la deuda, y nos encontraremos descubriendo el pecado original del problema, estudiando los fundamentos teóricos de decisiones inescrupulosas tomadas al calor del poder y de la insensatez.
Que la deuda haya llegado a un 50.6% del producto interno bruto no es para celebrar, ni tampoco para animarse a nuevos préstamos. Deberíamos iniciar con la realización de un “mea culpa” en torno a este problema, y empezar a tomar las medidas de lugar para cambiar el estado de cosas en cuanto a la deuda.
Siempre se ha dicho que el problema es la deuda social que se tiene con los pobres urbanos y rurales del país, pero sucede que más endeudamiento no ha sido proporcionalmente consistente con menos pobreza e indigencia, a pesar de la cháchara. Los pobres continúan siendo muchos y con las mismas necesidades y demandas. Esto nos puede dar una ecuación que llegue al infinito, es decir, la deuda detrás de la pobreza, y sería el cuento de nunca acabar.
Entonces vendrá el Fondo Monetario Internacional y pondrá sus condiciones para sacarnos del hoyo –carta de intención y acuerdo stand-by incluidos– y, al mismo tiempo, garantizar que República Dominicana recupere su capacidad de pago. Entonces, se tendrá que realizar una reforma fiscal y financiera que probablemente dolerá, más aun a la clase media, en tanto el Gobierno se verá obligado a constreñirse con lo que disminuiría la calidad de los servicios que ofrece. Así, aparecerán más y nuevos pobres, incluyendo los de al lado quienes de seguro se habrán multiplicado. Nuevos impuestos serán justificados, subsidios eliminados y crisis económica ajustada desde fuera.
De paso, es probable que ya para ese tiempo el sistema de justicia haya hecho metástasis, el Congreso Nacional tenga más representantes del narco y el dembow, las bancas de apuestas sean el primer pasatiempo de los dominicanos, las instituciones públicas estén en franco descalabro, se haya iniciado la estampida de dominicanos hacia el exterior y estemos de nuevo pensando y preguntándonos: ¿cómo llegamos hasta aquí?