Sin energía no hay posibilidad de desarrollarse. Es frase muy usada, pero que jamás debe verse como gastada, pues es una de las verdades más sólidas. Lo que podrá cambiar, como en efecto sucede, es la fuente de la cual se genera electricidad.
República Dominicana ha tenido la dicha, si cabe el término, de tener un empresariado comprometido con el desarrollo económico del país, lo cual, por lógica, debe estar amarrado al negocio. Nadie invierte para perder.
Otra variable a tomar en cuenta es que el Estado, sí, el Estado, también lo ha entendido a través de sus diversos administradores.
Y lo mejor, por supuesto, es que la matriz de generación dominicana ha ido cambiando para bien. Se ha diversificado de un ritmo bastante aceptable hasta el punto de ver cómo la ponderación de los combustibles fósiles ya no llega al 50%. Desde la entrada de AES Andrés, en 2003, otra es la realidad. ¡Y qué bueno!
No poner todos los huevos en una sola canasta ha sido parte del discurso y de la acción. La energía renovable, representada a través de parques solares y eólicos, es una muestra de un compromiso de los sectores público y privado. Por un lado están las normas y por el otro el capital, ambos haciendo lo propio.
El ejemplo de Punta Catalina, la inversión más grande jamás ejecutada en el sector eléctrico dominicano, independientemente de sus cuestionamientos, habrá de traer efectos positivos en el país. No hay duda de que esta generadora ayudará a bajar las pérdidas, abastecerá al sistema, reducirá el déficit financiero, cubrirá la demanda y reducirá dependencia del petróleo.
En fin, de lo que se trata es de seguir apostando a un mercado estable, competitivo y atractivo para la inversión en todos los órdenes. Una economía estable es un campo fértil para el capital.