Él llegó una noche, se sentó en el mueble azul, miró las paredes, estudió los cuadros, jugó con el hermoso perro negro, conversó brevemente sobre algunos temas insulsos y, después de un rato, dijo en cortas palabras: “algunas cosas van a cambiar”. Así empezó todo. Desde esa noche, el estudio de la economía lo mezclaba con la pasión con que quería a esa mujer; pero también le atormentaba el hecho de que se sentía menospreciado, casi sin valor, pues lo había entregado todo desde el principio, sin recibir mucho a cambio. En ese instante entendió que su demanda de cariño había sobrepasado su oferta, y que su precio de mercado había disminuido vertiginosamente, sin darse cuenta. Pero ya el daño estaba hecho, los costos operativos de conquistar a esa mujer eran mucho más altos que los que él estaba en capacidad de pagar, por lo que tuvo que endeudarse.
El problema era conseguir una rentabilidad alta de la inversión en cariño que hacía con esa mujer, por lo que tenía que buscar alguna forma de aumentar su precio, cosa no muy fácil en un mercado restringido, casi monopólico y con información incompleta. Trató de justificar que su productividad era alta, que su capacidad de generar ingresos en el futuro era superior al de la competencia. Estableció algunos supuestos y justificaciones, pero todo fue en vano.
Quiso sorprenderla a ella y a sus familiares con el argumento del costo de oportunidad, que no aceptarlo implicaría un riesgo alto y que él era más viable que cualquier otra opción de inversión que hicieran en el corto, mediano o largo plazos. Algo exagerado pero válido en circunstancias en que el mercado es volátil y las políticas de estabilización no son muy seguras. En ese momento entró en una recesión emocional, la tasa de interés del préstamo que había tomado para cubrir costos operativos del cariño empezó a subir y sus ingresos empezaron a bajar. Tenía más horas de ocio pensando en ella que las que dedicaba a trabajar, y menos horas laborales implicaban más problemas económicos.
El mercado del cariño se tornaba cada vez más complicado, y las transacciones comerciales entre los agentes económicos (ella y él) eran cada vez más complicadas. El incremento semanal de los precios de los combustibles se había convertido en una variable que dañaba, o arreglaba, los fines de semana, al igual que las visitas sorpresas, que no tenían nada que ver con la pareja, pero que también la esperaban para decidir.
El anuncio era esperado con afán para saber qué iba a ocurrir el viernes y sus consecuentes sábados y domingos. Por suerte, o por mala suerte, siempre aparecía un usurero que salvaba vidas en forma de pirámide, a costa de muertes financieras futuras. Así, la pareja se seguía endeudando por encima de su capacidad de pago, pero nada importaba, al gobierno también le ocurría igual y nada pasaba.
Este relato parece un cuento, y lo es; solo que está basado en el libro de Nicolson (2013) que habla de las peripecias de un joven mezclando el amor con la economía, pero con infortunio.