Las fintech, es decir, la utilización y aprovechamiento de las tecnologías en los servicios financieros, han puesto sobre la mesa una diversidad de posiciones. Estas herramientas, quiérase o no, introducen un esquema disruptivo en el sector de intermediación financiera que ha puesto a muchos a repensar la forma de hacer negocios.
Es oportuno establecer que el término surge de la unión de dos palabras: finanzas y tecnología (finance y technology, en inglés), que trata de explicar la relación que entre estas aplicaciones financieras y los servicios pueden diligenciarse a través de ellas. Todas están enfocadas en el cliente y, en muchos casos, en sus necesidades particulares.
Por un lado están quienes las consideran un riesgo para la seguridad, pues en todas se genera una acumulación de datos de los usuarios que, de ser permeados por piratas informáticos, podrían ser mal utilizados. Sin embargo, en la otra acera están los que entienden que las fintech no sólo llegaron para quedarse, sino que son aliadas que complementan a la banca en sentido general.
Uno de las ventajas más destacadas por quienes defienden su utilización tiene que ver con su poder inclusivo, pues a través de ellas serían miles los usuarios que podrían acceder al sistema financiero formal. Esto, por supuesto, los haría sujeto de crédito y evitarían caer en poder de los usureros.
Hay una verdad irrefutable: el sistema financiero global se encuentra en un contexto de transformación acelerado, un proceso indetenible que obligará a adaptarse a las nuevas tendencias tecnológicas. El hecho no es contradecir, sino ver en cuáles aspectos pueden complementarse. Hoy día, por ejemplo, se habla de la desaparición física del dinero, pues a la larga no serán más que cifras que se reflejarán en un sistema administrado de manera automática por las autoridades regulatorias.
Las empresas tecnológicas relacionadas con el sistema financiero, de hecho, son una realidad desde hace muchos años. Quizá fue el Citi el que primero se refirió al término en la década de los 90, pero en aquel entonces no hubo mayores sobresaltos. Hoy día, sin embargo, la realidad indica que las fintech habrá que tomarlas en cuenta, pues su fortalecimiento, luego de la crisis financiera de 2008, se hizo más evidente.
Las autoridades dominicanas, de manera proactiva (como debe ser) han puesto en marcha un proceso de conversaciones o socialización del tema con miras a regular las operaciones realizadas a través de las fintech, que aunque no captan dinero del público (no manejan dinero de nadie), sí tienen un poder de influencia especial por la inmensa cantidad de información que manejan.
Cada vez que un usuario paga un boleto aéreo a través de una plataforma tecnológica que no es un banco, que registra su tarjeta para el débito de algún servicio o publicita algo en internet, o lo que sea sin intermediación de una institución financiera, está haciendo uso de una fintech. El tema está más cerca de la gente de lo que parece. Obviarlo sería un absurdo. Hay ciudades, como en Europa, donde el efectivo ya entró en decadencia.
En la medida que los pueblos se desarrollan, que su nivel de formalización es mayor, en esa misma proporción tienden a utilizar los canales digitales o tecnológicos en sus actividades cotidianas. República Dominicana, si se toman los últimos diez años, ha experimentado una transformación en todos los ámbitos y el financiero, como uno de los que más rápido tienden a asumir los cambios, ha llevado la delantera.
El tema avanza, el nivel de conciencia también. Recientemente se formó la Asociación Dominicana de Fintech (Adofintech) y el Banco Central y la Superintendencia de Bancos, junto a los demás actores del sistema, han traído el tema a la opinión pública. Todo parece indicar que se avanza.