El crecimiento que exhibe República Dominicana en los últimos cuatro lustros es notable e innegable. La expansión de la infraestructura inmobiliaria, horizontal y vertical, es notoria y en franco desarrollo. Un espectacular parque vehicular en la zona céntrica de Santo Domingo, da la sensación de que este es un país rico, de ingresos altos, repleto de consumidores compulsivos. Añádale a eso que ya andamos en moderno metro y en eficiente teleférico, todo al servicio de los pobres. Así también, el uso de la tecnología en el país lo coloca como una nación avanzada, viviendo plenamente en la era del conocimiento, conectada al mundo cibernético y a la era global. Todo un portento de país.
En suministro de información nadie nos gana. Tenemos cuchumil programas de radio y televisión, periódicos digitales e impresos, redes sociales por un tubo, gente transmitiendo en vivo cosas que a nadie interesa, influenciadores de vanidades, interactivos en contra y favor del gobierno, blogueros, comunicadores de oficio, y muchos idiotas metidos a intelectuales, todos mezclados.
Pero en el campo político es que somos realmente grandes. Tenemos partidos y partiduchos y en las campañas electorales parimos movimientos y agrupaciones políticas como la verdolaga. En los padrones de los partidos políticos es más la cantidad de votantes que la población total, un extraordinario ejercicio matemático. Pero a nadie le importa, nosotros nos las arreglamos aquí.
Todos en República Dominicana se creen con la capacidad de ser presidentes, y otros que creen que solo ellos lo pueden ser. Nos creemos políticos predestinados a ser ricos por la vía rápida, y a cualquier costo. Sabemos de todo y hablamos de todo, con una facilidad impresionante. La verdad está en nuestras lenguas y nuestro juicio, en nombre de la democracia. Casi siempre hacemos de juez y parte, sin ambages ni miramientos. Somos los mejores de la bolita del mundo.
Tenemos una increíble capacidad de diluirlo todo, y de que todo termine con romo, música y baile, pues mañana será otro día. Ahora todos somos amigos o hermanos, aunque nunca nos hayamos visto. Vivimos agradecidos de la desgracia, sobre todo si esta es ajena. Hemos desarrollado esa capacidad de entender tranquilamente que to e to y na e na, y que venga gente, venga pueblo. Pero, razonando fríamente, y observando lo que ocurre a lo largo y ancho del país, me pregunto: ¿hacia dónde va República Dominicana?