Resulta curioso ver cómo unos vendedores (extranjeros, al parecer) aparecen una tarde y colocan frutas (piñas, guineos, mangos, aguacates…) encima del muro de concreto amarillo que inauguró hace poco el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC), al borde de la autopista Duarte, debajo del puente que conecta la Prolongación 27 de Febrero con la avenida Colombia.
El que los vio pudo pensar: bueno, algunos que ven el espacio público como un bien particular están montando un negocio frente a los ojos de los agentes del MOPC que vigilan la carretera, las autoridades de los ayuntamientos del Gran Santo Domingo que transitan por aquí, los agentes policiales que están en la zona y los miembros de la de la Dirección General de Seguridad de Tránsito y Transporte Terrestre (Digesett).
Lo peor: no pasa nada. Al día siguiente los vendedores colocan sus productos en una rancheta, levantada con pedazos de madera viejos y techada con hojalata. Bueno, ya tienen una miniplaza encima de la misma autopista Duarte que “celosamente” vigilan los agentes del MOPC que merodean el área las 24 horas del día. Pero, ¿cómo es posible?
A escasos metros del lugar, ya otra persona levanta una freiduría debajo del peatonal, en plena acera, y ubica una rancheta, pone bancos y hasta varias luces. Lleva meses readecuando su negocio a los ojos de todos. Fríe e indigna verle vender fritura hasta a los agentes de la Policía, la Digesett y MOPC (vamos a suponer que pagan lo consumido). Dios, ¿cómo es que estas cosas pasan? Y si todos montamos una plaza en la vía, ¿qué hará Obras Públicas?