Sintiendo que la pérdida de biodiversidad es también razón de desarraigo, pequeños agricultores de países como México, China o Mali se están uniendo para tratar de conservar sus raíces mediante la labor de que las semillas nativas crezcan en su sitio.
Hasta 26 bancos comunitarios se han establecido en los últimos años en territorio mexicano, primero para suministrar variedades locales en cada siembra y luego para garantizar la producción en las regiones más vulnerables a los desastres naturales, comenta la directora de Recursos Fitogenéticos del Gobierno de ese país, Rosalinda González.
En declaraciones a Efe, asegura que de esas iniciativas ahora “se benefician comunidades enteras”, a las que ayudan a guardar las semillas en sus casas sin echarlas a perder y adaptar los cultivos como si fueran “investigadores”.
“Al productor le hacemos que realice experimentos, uno con prácticas tradicionales y otro con nuevas. Lleva un registro y ve que hay diferencia” en los rendimientos, apunta González, que recalca que así es más fácil enseñarle nuevas formas de cultivar y animar a los vecinos a seguir sus pasos.
Resulta, además, un modo de manejar con material de calidad la diversidad biológica en la agricultura, que a nivel global se ha perdido en un 75% en un siglo.
En los bancos de semillas locales, financiados por los Gobiernos, también participan universidades, centros de investigación, instituciones públicas y productores comprometidos con la agricultura ecológica.
“De esa manera, se reduce la contaminación por agroquímicos y hay más materia orgánica y humedad para la siembra gracias a la gestión integral”, sostiene la responsable gubernamental.
En China, uno de los principales problemas para la biodiversidad está ligado a la entrada de variedades híbridas, opción que se ha priorizado con la entrega de subsidios, dijo la experta del Centro para la política agrícola china Yiching Song en una reciente conferencia en Roma.
A su juicio, el monocultivo, que impone una uniformidad cada vez mayor, y el cambio climático, responsable de sequías y plagas, amenazan igualmente las plantaciones autóctonas.
La que llaman la “aldea de piedra”, en la provincia meridional de Yunnan, alberga desde 2013 el primer banco comunitario de semillas del país, que complementa las otras tareas de conservación que se puedan realizar “ex situ”, fuera del hábitat natural.
Frente al avance de otros cultivos como la soja transgénica, “la agroecología requiere buenos sistemas de semillas”, agregó Song, quien apeló a los consumidores de las ciudades a “saber lo que comen”.
El maliense Amadou Sidibé, del Instituto de Economía Rural, reclamó más apoyo estatal y de la cooperación internacional para la gestión de los bancos comunitarios en su país ante “el riesgo de que la mayor parte de las variedades desaparezcan por la expansión del desierto”.
Los campesinos han construido allí almacenes donde documentar las semillas, recogerlas, prepararlas, conservarlas y controlar periódicamente su viabilidad.
No solo sirven para la seguridad alimentaria, sino que “cada una de esas variedades también es un trampolín para obtener semillas certificadas por medio del sistema oficial de certificación”, dándoles más valor, subrayó Sidibé, que espera conectar esos bancos con otros de la región.
Ronnie Vernooy trabaja para la organización Bioversity International, que en los últimos 30 años ha documentado las prácticas de los bancos comunitarios en el mundo.
Zimbabue fue uno de los pioneros en implantarlos, al igual que en Brasil, donde pronto colaboraron con los centros públicos de investigación, al tiempo que destacan experiencias como la del Parque de la Papa, impulsado por comunidades andinas en Perú.
“Lo importante no es crear una estructura física o tener muchos recipientes donde conservar el material, sino todo el proceso de empoderamiento”, afirmó Vernooy, que lo equiparó con la creación de una empresa.
Destacó la necesidad de dar sostenibilidad a esos proyectos mediante facilitadores locales, y apoyo técnico y financiero, como el que están empezando a ofrecer los gobiernos en países como Sudáfrica, Uganda, Bután o Nepal.
El experto consideró que los bancos comunitarios proporcionan “un servicio público que debería ser reconocido y recompensado”, en el que los campesinos pueden actuar como “gestores” si se transfieren los conocimientos científicos a los lugares que habitan.