La cantidad de desperdicios o desechos que recibió el Mar Caribe, tras las intensas lluvias que recientemente afectaron gran parte del país, depositando frente a las costas de la capital miles de toneladas de basura orgánica y no orgánica, no puede (ni debería) verse como un efecto del gran cúmulo de porquerías e inmundicias a ambos lados de las márgenes de los ríos Ozama e Isabela.
Quedarnos en este simple análisis de identificación del problema, confundiendo los efectos con la causa, cuando sabemos que esto es muchísimo más profundo, es hacer un flaquísimo servicio a la conciencia y la sociedad carente de capacidad lógica formal y dialéctica.
Lo que esta experiencia sí dejó al descubierto fue la capacidad de aprovechamiento mediático de unos cuantos, convirtiendo esta vergüenza social en un espectáculo de mal gusto. La basura, al tocar por primera vez las narices de los que realmente saben dónde está el problema, se volvió, más que en un foco de contaminación, en el foco de atención de una sociedad que, adrede, ignora un problema que tiene consecuencias económicas por donde quiera que se analice.
Está sobrentendido que la verdad no está en lo que los ríos de Santo Domingo y la capital vomitaron en días pasados. No, no y no; el problema no son los desechos sólidos. Lo que esa inmensa cantidad de basura, que golpeó el rostro de los capitaleños y que está compuesta por metales, madera, plásticos, vidrios, cartones, cajas, nos quiso dejar como mensaje, es que el problema somos los humanos. Es urgente hacer un mea culpa como sociedad. Es urgente que el discurso pase a un segundo plano y se priorice la acción.
Aunque quizá todo se sintetice en la falta de educación, que se traduce en una carencia mayúscula de conciencia ciudadana, también es de orden afirmar que no ha funcionado un régimen de consecuencia efectivo que castigue a todos los que contaminan. Aquí caben empresas, ciudadanos y cabildos. Las leyes 176-07 y 64-00 son dos ejemplos de legislaciones que sólo se aplican “asegún”, y así no hay sociedad que crezca y se desarrolle en orden.
Hago justicia si reconozco los esfuerzos que realizan las fundaciones Tropigas y Farach, pero estas dos instituciones ejemplo de responsabilidad social empresarial no pueden solas. Es urgente que se inicie una cruzada nacional contra la contaminación.