Miras a tu alrededor y parece que todo está bien. Pero si miras más allá (espera, no me refiero a que enfoques la mirada más allá de tu espacio geográfico, sino más allá de lo que vemos a simple vista), te darás cuenta que la verdad que te rodea, ese contexto de aparente certidumbre, no es tal; que cuando lo miras con el ojo crítico y analítico de tu conciencia, de tu ser interior, verás que prácticamente nada está bien.
Todo depende de todo y de lo que depende todo es. Cada ser que ves, vivo o inerte, está conectado en una cadena cuyos eslabones se pertenecen a sí mismos entre sí. Nadie puede existir sin el otro. Así es el ser humano: un ente social por naturaleza. Parecería que las calles no fueran necesarias o no existieran si no fuera por la necesidad del hombre de establecer rutas para comunicar puntos geográficos. O quizá que los vehículos no tendrían razón de ser si no hubiera avenidas o autopistas por donde transitar.
Así pues, cuando miras a tu alrededor y observas a la gente caminando por las aceras, en cualquier dirección, todo parece normal. Pero sabes que no es así. Cada alma tiene sus lamentos, sus retos, preocupaciones y cosas urgentes que atender. El que trabaja no lo hace por gusto, aunque le fascine lo que hace. La sociedad le exige pagar cuentas, comprar medicamentos, saldar el préstamo de la casa o vehículo, ayudar a su familia, comprar alimentos y vestido.
Ves a alguien, en cualquier lugar (podría ser el Metro, centro comercial, discoteca, escuela, en el parque) y no sabes nada respecto a sus condiciones de salud o emocional; si está feliz o triste. El lenguaje no verbal casi siempre miente.
Quizá aquí se describe un tanto cercano a la verdad la realidad de República Dominicana. Todo parece normal, pero todos sabemos que no es así. Todos sabemos que hay corruptos y corruptores, déficit fiscal y cuasi fiscal, deuda pública, impunidad, delincuencia común y de cuello blanco, narcotráfico y estafadores; cifras con algo de maquillaje y otras muy crudas, como la contaminación ambiental y la pobreza que padecen miles de dominicanos que viven hacinados.
Y aquí seguimos, creyéndonos que todo está normal, pero sabiendo que nos engañamos para seguir creyendo en que algún día será diferente. Y así seguimos: esperando algo que no sabemos si llegará.
Y como dijo Charles Louis de Secondat, el famoso Barón de Montesquieu: Hay dos clases de pueblos pobres: los empobrecidos por la dureza del Gobierno y los que nunca han tenido aspiraciones por no conocer las comodidades de la vida. Los primeros no son capaces de ninguna virtud, pues su empobrecimiento es efecto de su servilismo; los segundos pueden hacer cosas grandes porque su pobreza es una parte de su libertad.