La política de inversión se puede definir como el tipo de riesgo que el inversionista está dispuesto a asumir, sus objetivos económicos, sus restricciones, así como las necesidades de liquidez y otras características propias del inversionista y su portafolio. Dicha política depende, en primer lugar, de la decisión adoptada por el inversionista, donde básicamente opta por mantener una posición defensiva o agresiva (emprendedora).
El inversor agresivo debe tener amplios conocimientos de los instrumentos de inversión en cuestión, e incluso suficiente para considerar que sus operaciones con valores son equivalentes a actividades empresariales. No hay un punto intermedio para este tipo de inversionista, ya que muchas personas intentan colocarse en una categoría moderada o en un nivel previo al más avanzado, y aumentan sus posibilidades de llevarse una gran decepción.
De este razonamiento se desprende que la mayoría de los inversores deberían ser prudentes y optar por la calificación de defensivo. Todas las personas que no están inmersas en el mundo de las inversiones, como puede ser un corredor de valores de Wall Street, sencillamente no tienen ni el tiempo ni la determinación mental para lanzarse a la inversión como una actividad semiempresarial.
Por lo tanto, es recomendable que los inversionistas estén contentos con las rentabilidades que genere su portafolio defensivo y deberían de resistir con firmeza la tentación de desviarse de su política de inversión hacia otros instrumentos más complejos. El inversionista emprendedor podría lanzarse justificadamente a operaciones con valores más sofisticados para la cual su formación y su capacidad de juicio sean adecuadas.
Es importante conocer tu perfil de inversionista y contar con un asesoramiento financiero profesional para que te ayude a no desviar tu política de inversión.