Un intenso y profundo debate se ha generado entre un grupo de economistas e intelectuales con relación a la diferencia entre los conceptos igualdad y equidad social, y las diferentes interpretaciones que se tienen de los mismos y las realidades que estos revelan.
Poniendo en contexto su significado, la revisión bibliográfica vincula la igualdad social a un tema de derechos y oportunidades; es decir, somos más iguales en la medida en que tenemos las mismas posibilidades de acceder, por ejemplo, a los bienes públicos y a los beneficios del desarrollo. Ahora bien, ¿es esto posible en un país en donde el acceso a la educación, la salud y el agua potable, está restringido por razones de orígenes y descendencia social, y en donde la discriminación por razones económicas, raciales y de género aún siguen latente?
Del otro lado, la equidad social parece más bien ligada a la distribución, es decir, a la forma en que se debería repartir los bienes que produce una determinada sociedad, independientemente de las fuentes de producción. Así, para que haya equidad debería existir conciencia de un Estado/Gobierno y mecanismos que permitan que esto ocurra.
Sin embargo, dentro de toda esta discusión se revelan elementos de tipo ideológico y de creencias en torno a la forma en que debería funcionar una sociedad y, de manera particular, al rol que deberían jugar los individuos, de uno u otro lado, en ese proceso. Por ejemplo, se introduce el concepto de libertad y se plantea que una disminución de los impuestos y la eliminación de barreras para los negocios, puede ser más beneficioso para los miembros de una sociedad que promover una distribución del ingreso puro y simple. Esto implica que, mientras más libre es el hombre para elegir lo que quiere, mayores posibilidades tendrá de vivir mejor y de superarse. Obviamente, esta visión responde más a la idea de que el mercado, y sus mecanismos automáticos, pueden alentar al homus economicus que todos llevamos dentro.
Pero existe un pecado original, y es que aún cuando la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU refiere que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, se sabe que vivimos en un mundo muy desigual, y que las estructuras económicas y sociales vigentes, no aseguran ni equidad ni igualdad, y solo reproducen pobreza. Y, peor aún, la mayoría de los gobiernos, sobre todo en América Latina, ya no garantizan ese bienestar social al que siempre se ha aspirado. Sino pregúntenle a los haitianos, venezolanos y nicaragüenses, ellos tienen buenas respuestas.