Una algarabía casi colectiva se apoderó del pueblo dominicano la semana pasada, con el anuncio de que el país había establecido relaciones diplomáticas con la República Popular China. Era como si los chinos, simulando a los americanos en su momento, vinieran a “salvar vidas” dominicanas.
Tanto ha sido el entusiasmo, que salieron al ruedo los expertos explicando ventajas y desventajas, mientras los empresarios veían la oportunidad de su vida, aunque no sepan cómo aprovecharla; en tanto que los políticos, como siempre, vociferaban cualquier barbaridad sobre los beneficios sin entender que, en el caso de ellos, podían estar afilando cuchillo para su propia garganta.
Me explico. La estrategia de China con relación a su expansión comercial en el mundo no es filantrópica. Esta se centra en hacer negocios, y lo han hecho bastante bien, convirtiéndose hoy día en la segunda potencia a nivel mundial y la primera en términos del tamaño del producto interno bruto. Para los chinos todo es mucho, incluyendo su población, lo que quiere decir que si vienen en serio, muchas empresas dominicanas tendrán que realizar grandes esfuerzos para no ser desplazadas del mercado, a menos que vean al mercado de consumo chino como su prioridad.
En ese contexto, uno de los problemas a los que deberán enfrentarse los empresarios dominicanos interesados en exportar o instalarse en China, son los costos de transacción, es decir, las erogaciones que habría que realizar para conquistar un mercado que se encuentra a miles de kilómetros de distancia, con un idioma de difícil aprendizaje y una demanda de consumo cada vez más elevada y dominada por hábitos milenarios de compleja satisfacción.
Otro problema es la transparencia y la realización de negocios de forma legal, cumpliendo trámites burocráticos que dificultan y encarecen el negocio, pero que son las reglas de juego.
A nivel de gobierno, el gran reto será el establecimiento de un acuerdo comercial entre China y República Dominicana, que deje claro los intereses de ambos países, el alcance de la relación y los compromisos que se asumen. Hasta ahora resulta más claro lo que quiere China que lo que busca nuestro país, más allá de “ponernos al lado de la historia”.
De entrada, a muchos políticos dominicanos y a funcionarios del gobierno hay que advertirle que los chinos no juegan con el tema de la corrupción, y que el soborno, aunque algunos los practiquen, no es un procedimiento aceptado por quienes hacen cumplir las leyes en ese lejano país. No creamos que entraremos a China como Pedro por su casa.