Aunque llegó a recibir hasta 60,000 visitantes por día, sobre todo estudiantes de escuelas públicas y colegios privados, en la Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2018 (FILSD2018), como en otras ediciones, se pudo observar una escasa oferta de material editorial —sobre todo de literatura extranjera— y el bajo dinamismo que afecta el negocio de las librerías en República Dominicana y que en los últimos años obligó a algunas a cerrar sus puertas o empezar a liquidar inventario.
La directora de la Feria del Libro, Ruth Herrera, lo reconoce de viva voz: “(…) luego, el negocio en sí de la venta de libros, eh, yo diría que en la feria se puede reflejar un poco lo que se refleja en el ´tiempo ordinario´, en el sector de las librerías y editoriales ¿tú ves?”.
“La feria es —vacila— un espacio para venta de libros. Si eso se considera negocio, bueno eso es negocio. En la feria del libro, quizá otros tipos de negocios que son los fuertes, en otros países, se refiere al tema de contratación de derechos y a ese nivel de negocios”.
Las cifras de la Dirección General de Aduanas reflejan una disminución en las importaciones de libros y material editorial. La entidad registra que para 2013 el país invirtió US$22.8 millones en la compra de artículos para las categorías “hojas sueltas; diccionarios, enciclopedias y los demás”. Al año siguiente subió a US$27.6 millones y en 2015 a US$30.5 millones. Sin embargo, para 2016 bajó a US$28.8 millones y en 2017 a US$26.8 millones.
Las exportaciones, en cambio, reportaron al país ingresos por US$1.7 millones en 2013 y US$1.5 millones en 2014. En 2015 subieron a US$2.4 millones, pero luego en los dos años siguientes bajaron a US$1.5 millones y a US$1.8 millones.
Los datos que tiene disponible Cultura de año anteriores apuntan a que, en 2017, “el 90% de los libreros abordados, dijeron que esta feria fue peor que la anterior, en relación a la afluencia de público a comprar libros, un 7% dijo que era mejor, y un 3% la consideró igual que la anterior”.
En la FILSD2018 se notó la ausencia de libros como los ofertados por Mamey, que participó en la versión de 2017 con un catálogo que incluía autores populares como Rita Indiana. También faltaron los escritores del sello español Alfagura (ahora en mano del británico alemán Penguin Random House), cuyos títulos llevan varios años fuera del evento dominicano.
Herrera recuerda que la participación de las librerías siempre dependerá de sus propietarios y gerentes. “Nosotros les suministramos un estand unitario por el que (solo) tienen que pagar cinco mil pesos desde hace 20 años”, dice.
“La feria más bien tiene que seguirle el paso y el ritmo a lo que se está publicando hoy en día no solo en contenido, sino también en formatos, porque los formatos digitales deben entrar a la feria, porque hay ciertas cosillas, pero tímidamente”, plantea Herrera.
Alejandro Ruiz, de Mamey, justifica la ausencia de la librería alegando que “pensamos volver, pero hacemos frente a varias reestructuraciones en nuestro complejo, por lo que carecemos del personal y las fuerzas necesarias para hacer un aporte digno a la Feria del Libro”.
Mientras, Rafael Sánchez, gerente de Unilibros, especializadas en textos para estudios técnicos y universitarios, se quejó de una baja venta, la cual atribuyó a las limitaciones económicas de los dominicanos y en la falta de incentivo a la lectura.
“Los cabecillas de la organización de la feria se enfocan más en vitrinas, en poner un Despacho de la Primera Dama, un Tribunal Constitucional y en gastar una millonada en poner unos estands, y no hacen nada para incentivar la lectura”, dice.
“Podrían invertir el dinero en concursos, en dar incentivos a los estudiantes, a los politécnicos y colegios, para que compren libros porque los bonos libros los dan y tienen sus propios mecanismos desde estand manejado en el Museo del Hombre”, añade.
La vocera del Ministerio de Cultura, Patricia Mora, asegura que la venta de libros solo con bonos se desarrolló en una tienda surtida con “una compra equitativa a cada librería y esos libros se canjeaban para tener un control de que solo se invirtieran en libros”.
“Antes —afirma Mora—, cuando eran libres, se daban casos en que engañaban a los niños, se los cambiaban por paletas, por pizzas”, dice. Explica que para el programa el Ministerio de Educación aportó RD$4.00 millones y Cultura un millón en bonos distribuidos entre estudiantes visitantes y empleados de las dependencias oficiales.
Entre los estands suntuosos de este año destacaron los del Tribunal Constitucional, Educación o República Dominicana Digital.
Ruth Herrera explica que Cultura viene recomendando a las dependencias estatales invertir menos en la instalaciones físicas y más en actividades culturales. Además, en “comprar libros en la misma feria, a los mismos libreros, para que pudieran obsequiarse a cualquier estudiante o biblioteca, y la respuesta, te puedo decir, solamente ha sido significativa de parte de la Vicepresidencia”, añade.
El mercado cambió
La FLSD1018, presupuestada en RD$80 millones, mostró además signos decadentes en la cada vez más mermada oferta de librerías y editoras como La Trinitaria y Mateca (que liquidan inventario) o el Fondo de la Cultura Económica (FCE) que, aunque incluyó textos nuevos en diversas áreas sociales, repitió como otros años, una cantidad limitada de títulos en áreas como historia y literatura.
César Medina Lara, gerente del FCE Guatemala, señala que su editorial vendió libros en la feria por su oferta, un público cautivo y los clientes intelectuales que mantiene. “El mercado editorial de habla hispana ha ido cambiando mucho. Los grandes consorcios se han convertido en monopolios; o sea, Planeta y Random House han ido comprando muchas editoriales y se han hecho pues ya los grandes consorcios editoriales”, dice.
“Todo ese mercado se está recomponiendo para la zona, por ejemplo, en el caso de ustedes, lo que es Centroamérica, lo que era el mercado de Santillana lo tiene Random House y lo atiende desde México, prácticamente Centroamérica no tiene una representación de Alfagura”, añade.
Recuerda que el Estado apoya a los editores internacionales con el hospedaje, pero que República Dominicana debería impulsar “un desarrollo más contundente en términos del mercado de la industria del libro, tal vez una inversión más alta en el fomento de la lectura, de libros de una calidad más alta, no solo sopas de letras y libros que uno ve en la feria”.
Mientras las campanas doblan por La Trinitaria o Mateca, Víctor Santos, quien fuera propietario de la desaparecida Philobiblia y fundador de Cuesta Centro del Libro, avisora un panorama sombrío para el mundo editorial que también perdió espacio de ventas como Thesaurus.
Santos, quien estuvo laborando en el stand de la Editora Nacional, entiende que las librerías deberían tener un trato más especializado de parte de la autoridad tributaria. Recuerda que Philobiblia operó en las inmediaciones de la UASD por 14 años, entre enero de 2001 y marzo de 2014. “En otros países se distingue (a la hora de cobrarle impuestos) una empresa de libros, que entra en el rango de la educación, de por ejemplo una que entre en el rango del vicio”.
Sin premio internacional
La FILSD perdió —por segundo año consecutivo— el empuje que logró desde 2013 con el Premio Pedro Henríquez Ureña. Después de reconocer a Luis Rafael Sánchez, Ernesto Cardenal, Eduardo Galeano, Beatriz Sarlo y Mario Vargas Llosa, el Ministerio de Cultura dejó de otorgar el galardón entregado al Nobel peruano en 2016 en momentos en que el escritor cuestionaba con dureza la política migratoria de República Dominicana respecto a los hijos de inmigrantes haitianos que ya estaban asentados en el Registro Civil. “El premio se va a retomar en 2019”, asegura Ruth Herrera, sin explicar por qué se suspendió el galardón.