Desde la Vicepresidencia de la República se apuesta a la existencia en el país de un arcoíris de economías, en donde coexistan la economía naranja o creativa, la economía azul y, obviamente, la economía verde o circular. La economía naranja, a la cual el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) le da la categoría de cuarta economía mundial, si se juntaran los ingresos que esta genera, “se centra en invertir en nuevas capacidades, atraer talento y nutrirlo”. Según Buitrago, autor de este concepto, este tipo de economía, basada en la industria cultural y en las actividades creativas, genera en América Latina y el Caribe cerca de US$175,000 millones anualmente, y alrededor de 10 millones de empleos, nada despreciable para una región tan inequitativa y desigual.
De su lado, la economía azul, desarrollada por el belga Gunter Pauli, propone un cambio de visión en el modelo macroeconómico de negocios, “e invita a pasar de una economía donde lo bueno es caro y lo malo barato, a un sistema donde lo bueno es innovador, resulta asequible para todos y competitivo en el mercado, y ayuda a resolver problemas que aquejan a la sociedad sin afectar al medio ambiente”, tales como la desigualdad, el acceso a servicios públicos, entre otros vinculados con el bienestar de la población.
Dentro de este arcoíris, suponemos que también debe aparecer como un pilar la denominada “economía verde y circular”, la cual viene siendo impulsada por las Naciones Unidas desde hace varios años. Este tipo de economía centra su atención en el desarrollo sostenible, y procura también “un compromiso político para la erradicación de la pobreza, la mejora en el bienestar del ser humano y la equidad social, a la vez que reduce significativamente los riesgos ambientales y las escaseces ecológicas”.
La apuesta de la Vicepresidencia parte de dos hechos ciertos. Uno es que el crecimiento económico de un país no garantiza, necesariamente, bienestar de la población, sobre todo si no se concibe una intersectorialidad que garantice distribución del ingreso y la interrelación entre los diferentes tipos de economías mencionados; mientras que el otro parte de que la inversión social se visualiza muchas veces como un gasto, por lo que siempre se tiende a su recorte en el presupuesto.
La propuesta es demasiado inteligente e innovadora para ser entendida y ejecutada. Se habla de un arcoíris de economías o, en nuestro lenguaje, una economía ecléctica formada por lo mejor de cada mundo. Demasiado bonito para implementarse.