Para nadie es un secreto que vivimos en una sociedad colmada de doble moral, donde todo es nada y nada es todo; una sociedad reventada de discursos bien elaborados, aunque la dicción sea pésima, y con dimes y diretes desde cualquier esquina, sin importar si tiene traje, sotana o simplemente anda en “poloché” desmangado.
Bien ha hecho la naturaleza que no le ha dado capacidad al hombre para ver y calcar el pensamiento de los demás. Si así fuera, posiblemente quedáramos muy pocos en libertad o vivos. Y de esto no se salva ni el más encumbrado de los religiosos, pero menos el más dócil de los mortales.
Y ni hablar de los políticos, que parece que han hecho un máster renovable cada cuatro años para inventar nuevas mentiras, y luego, como si nadie se enterara, engatusan a los ignorantes preñados de pobreza, convenciéndolos con RD$500 y una funda de comida que sólo alcanza para una jornada.
Nadie puede negar que es una sociedad de doble moral porque hay sacerdotes que predican con otro ejemplo; hombres y mujeres casados que les importa un bledo la lealtad, que se mienten mutuamente por la paz mundial, pero que viven felices en medio de una obra de teatro.
Y hay peores, sí, mucho peores. Hay corruptos y corruptores. De esta calaña los hay por doquier. Y para el colmo de los colmos se atreven a hablar de transparencia y de combate a la corrupción todos los días, incluso frente a las cámaras, como unos descarados.
Incluso, hay aquellos que piden el fin de la impunidad y claman por que caiga todo el peso de la ley sobre los que corrompen el sistema. Sin embargo, cuando ven que todos los dedos apuntan hacia ellos, como gatos bocarriba, patalean por piedad y se declaran inocentes.
Pero la sociedad anda tan patas arribas, cual si fuera el delincuente más ruin que pide clemencia cuando se ve rodeado por la multitud sedienta de venganza, que con una careta de moralidad, aun encartados, se atreven a hablar de moral.