La construcción de una sociedad debería estar fundamentada en un pensamiento colectivo, propio, con normas y principios que guíen el accionar de los individuos. Cuando esto no ocurre así, se presenta una dispersión colosal del modo de pensar de los individuos, con diferencias marcadas aún en grupos pequeños que se dicen homogéneos en su forma de ver la vida. Y no se está hablando aquí de modelar comportamientos o de coartar libertades, sino de establecer un consenso mínimo en cuanto a lo que se quiere sea una nación. La mayoría de los países desarrollados empezaron su expansión construyendo una cultura basada en ejes que tenían una mirada de conjunto; hoy esas culturas son milenarias y han dejado un legado a sus ciudadanos para toda la vida.
Contrario a los países del primer mundo, los tercermundistas como el nuestro están carentes de un pensamiento propio tanto en el económico, político o social, evidenciándose una escasez de líneas de base que marquen un punto de partida ideológico que conduzca hacia algún lado. Así, se evidencia una falta de contenido sustantivo en el discurso político, con un exceso de poses y ecos que se repiten en los candidatos de siempre, de ayer y de hoy. Es decir, nada nuevo bajo el sol como propuesta ideológica que anime a los desanimados, que somos muchos.
En el orden económico, ya no sabemos si somos liberales, neo keynesianos o neoliberales, pues todo cabe. Además, es tan fácil cruzarse de un lado a otro que la práctica mató a la teoría, o mejor, papeleta mató a menudo y el fundamentalismo económico pasó a mejor vida. Ahora todo depende del cristal monetario con que se mire. Por igual, los empresarios están tan cerca de la administración del Estado, que establecer diferencias conceptuales entre administrados y administrador, parecería un absurdo. De la misma forma, el mercado, con su carácter omnipresente en casi todas las economías, envía un mensaje claro de que habrá capitalismo para rato, independientemente de los ilusos.
En lo social el panorama es aún más triste; la ausencia de paradigmas de comportamiento, la falta de propuestas de interés general, así como la transculturización y dispersión de las familias, han creado un modelo de siete cabezas en donde también cabe todo. Por ello, hace falta la aparición de un pensamiento crítico, que ofrezca alguna alternativa de carácter ideológico, tanto en términos de la economía, del sistema político y del estamento social. Necesitamos que alguien empiece a pensar la Nación, que es lo mismo que pensar al otro, al ciudadano.