Un periodista que, por razones laborales, salió la semana pasada de su residencial de clase media a las 5:20 de la mañana se asombró al ver a una persona conocida de su sector avanzar a pie hacia una parada del transporte público ubicada en una calle más transitada. El vecino llevaba una mochila en la espalda y en su mano derecha, apuntando hacia abajo, una pistola.
El periodista, que conducía su vehículo, no tuvo ninguna duda de que no se trataba de un delincuente, aunque descartó de inmediato darle un empujón. Era alguien conocido del sector que de seguro buscaba cuidarse de un posible asalto en la mañana oscura.
Sin embargo, pensó en el pánico que sentiría un joven o una joven que camine por la misma calle en vía contraria y, mientras se dirige a su centro de estudio o trabajo, encuentre al hombre armado.
La peor impresión, cuenta el periodista, la tuvo cuando llegó a su centro laboral y, al narrar el pánico que le produjo la escena, uno de sus compañeros de trabajo le respondió más o menos:
-“Mi pana, eso es normal, eso lo hace la gente aquí para protegerse, es muy común, ¿en qué país vives?”.
-En Santo Domingo, y espero que no se convierta en el Salvaje Oeste, respondió sin pensarlo.
Este es un incidente para reflexionar. Para que las autoridades hagan cumplir las normas que impiden que un ciudadano (aunque sea bajo el pretexto de cuidarse) exhiba un arma de fuego. Después de todo, el país acoge a miles de turistas de toda parte del mundo y aspira a recibir a más de 10 millones de extranjeros por año después de 2022.