Nos ufanamos, henchidos de emoción, de tener un país maravilloso, con una posición geográfica privilegiada, tierras maravillosas para la producción, recursos naturales suficientes para desarrollar cualquier industria y una mano de obra calificada. También nos sentimos orgullosos de tener el producto interno bruto (PIB) más grande de la región, infraestructuras de primer nivel, estabilidad económica y política, así como una historia de gente valiente.
Imitemos a Israel y dejémonos de hablar pendejadas. Hemos avanzado, no hay duda, pero cuando miramos lo que ha sucedido con la única nación judía del mundo, deberíamos revisar lo que hacemos con nuestro país y lo que hemos logrado en casi 200 años de historia.
Israel es un país joven. Nació en 1948, cuando República Dominicana cumplía 104 años de haber sido fundada. El Estado israelí, además de vivir en guerra constante (rodeado de hostilidad) y poseer tierras desérticas, ha logrado lo que otros, con toda la naturaleza a favor, no han podido. En un territorio de apenas 22,145 kilómetros cuadrados, con sólo un 2% de agua, han desarrollado una de las economías más prósperas del mundo. Su PIB es de US$316,000 millones (2017) y el per cápita se ubicó en US$36,378.
Quizá sus necesidades de sobreponerse constantemente a la adversidad, de proteger sus fronteras y territorio o de cuidar a su gente por encima de todo, lo han obligado a desarrollar y cultivar algo que los dominicanos debemos hacer como un imperativo: el conocimiento.
No hay duda de que si cultivamos el conocimiento (educar a nuestra gente) el país podrá ser más equitativo y no tendríamos tantos jóvenes perdidos en el infinito. Según Transparencia Internacional, República Dominicana ocupa el lugar 120 en el Índice Global de Percepción de la Corrupción, de 176 países evaluados. Israel se ubica en el puesto 28. Quizá aquí una explicación de porqué no logramos lo que sí han hecho los judíos. Necesitamos menos políticos hablando pendejadas.