Existe la hipótesis de que el gran problema de la inmigración ilegal haitiana no es lo que consume en los hospitales en todo el territorio nacional, ni la educación gratuita que se le da en las escuelas dominicanas, ni el consumo masivo de los bienes públicos, tales como carreteras, parques, ríos y demás, ni tampoco los desechos sólidos y líquidos que depositan en cualquier lugar y a todas horas. El mayor costo está en lo que habrá que invertir para revertir los daños causados a los bienes públicos.
Aunque las cifras no son exactas ni concluyentes, se estima que en República Dominicana vive más de un millón de haitianos, la mayoría de estos ilegales y viviendo en condiciones infrahumanas, aunque más humana de las que vivían en Haití. Esta invasión, aunque según la historia empezó en 1856, se aceleró con posterioridad a la ocupación estadounidense en el 1916 y perduró hasta 1937 cuando Trujillo ordena sacar de las provincias fronterizas a todo haitiano ilegal a excepción de los que trabajaban para las empresas azucareras norteamericanas.
En lo que se llamó la masacre de Perejil, y justificado en las denuncias y quejas de saqueos, pillaje y cuatrerismo, miles de haitianos fueron perseguidos y tuvieron que huir hacia su país, estableciéndose a partir de ahí un control en cuanto a la cantidad de esos nacionales que podían entrar a territorio dominicano. Sin embargo, la inmigración no se controló del todo, pues existía una demanda permanente de este tipo de trabajador en los ingenios públicos y privados, teniendo que permitir, ahora bajo un cierto orden, que cada año entrara una determinada cantidad que, luego de las zafras, se regresaba a Haití.
Pero mientras esto ocurriría, Haití se hacía más pobre y República Dominicana crecía económicamente, pero también crecía la permisividad estatal bajo la ausencia de una política migratoria. Ambos a dos, empezaron a llegar masivamente los haitianos, unos a través del tráfico ilegal con contubernio incluido, otros con el apoyo de los empresarios que usufructúan esa fuerza de trabajo. Y así nos vemos hoy con más haitianos de lo que pueden ver los ojos de la cara, como diría el economista Osvaldo Montalvo Cosío.
Es probable que, dentro de poco, no habrá recursos suficientes para recuperar los espacios que hoy son ocupados por los inmigrantes haitianos, y mucho menos para revertir los daños intangibles que están haciendo a los bienes públicos. Algo habrá que hacer.