Todo un mundo soterrado se nutre de un elemento común en la estructura mental de los dominicanos: la búsqueda. Siendo así, está establecido que todos tienen derecho a buscársela, no importa si con ello resquebrajamos las leyes, ignoramos los sistemas de consecuencia, y apostamos al desorden sistémico que caracteriza a la sociedad dominicana del siglo XXI. Por eso, tenemos hoy a los “padres de familia”, inconsecuentes individuos del volante que tienen el “derecho” de violarlo todo, pues su búsqueda es para una buena causa.
Los pica pica también tienen su historia; son aquellos que huelen en donde está el peso, y van tras él cual fiera colectiva que no hiere, pero jode. Por suerte, estos tienen sus políticos favoritos, esos que son muy desprendidos pues llevan el erario en sus bolsillos, y no les importa distribuir lo que no se ha trabajado. Un poco peor son los limpiavidrios, esos groseros e impertinentes hijos de la calle que, en actitud desafiante, invaden la privacidad y reclaman pago por ello. Estos se escudan en una miseria histórica, acompañada de una ausencia, también histórica, del orden y la disciplina.
Pero subamos un poco más en la pirámide de la economía de la búsqueda, y pensemos en los comisionistas, tanto los del sector público como de la empresa privada, los cuales, ambos a dos, tienen el mismo objetivo, aunque no las mismas formas y mecanismos. Esta figura, nacida desde que el Estado se forma, se dijo legal cuando sus ambiciones eran moderadas, ahora ha pasado a ser un hilo preocupante en la escala de la corrupción. Los comisionistas, por demás, están en todas partes, son bomberos, policías, agentes de aduanas, inspectores, parqueadores y un largo etcétera que espanta.
De todos los de la búsqueda, sin embargo, los mejores son los grandes, los que se buscan la paca, los que se retiran de la vida laboral a temprana edad, porque dieron un tumbe o un braguetazo, para el caso da igual. Esos están en la cúpula de los partidos, apandillados, y también en negocios privados, sin culpa moral pues su búsqueda se justifica en el trabajo político o en la gerencia estratégica, aunque nunca se haya dado un golpe, ni de barriga.
El problema con la economía de la búsqueda es que todo se vale, no hay escrúpulos ni miramientos, y le echamos la culpa al sistema, y vivimos en esa doble moral del dame lo mío, aunque sepa que no se consiguió de manera legal. Y así vamos construyendo una sociedad anómala donde el tener es la meta y el ser es solo un camino.