Desde hace décadas, los diferentes gobiernos que ha tenido República Dominicana han procurado, con relativo poco éxito, esquematizar lo que se podría definir como un modelo económico para el país. En ese ínterin, hemos pasado de un modelo de sustitución de importaciones, a otro que veía al capital financiero como punta de lanza que ayudaría a empujar la economía.
Luego, pasamos de promover la agroexportación a incentivar las zonas francas, mientras paralelamente se fomentaba a un sector turístico que había despegado en los años 70. Con todo, sin embargo, fuimos de los países que, junto a muchos otros de América Latina, celebramos la década perdida que constituyeron los años 80.
Pasada la crisis de la deuda en Latinoamérica, entonces inauguramos la era de la globalización, la cual había iniciado a finales de los 70 con Margaret Tatcher, la dama de hierro de Inglaterra, y Ronald Reagan en los Estados Unidos. Los argumentos a favor de la globalización estaban basados en principios clásicos de que la búsqueda del interés particular, haría que ocurriera un bienestar colectivo, bajo el supuesto de que los agentes económicos, empresas y unidades domésticas, alcanzarían altos niveles de eficiencia.
Esa línea de pensamiento hizo que muchas empresas dominicanas abandonaran la producción, transformándose en importadoras de bienes y servicios. Esto, obviamente, tendría consecuencias negativas para la producción y el empleo local, con manifestaciones adicionales en términos de los impuestos y de déficit de la balanza comercial. De hecho, si se observa el comportamiento de las exportaciones dominicanas versus las importaciones, se denota que las primeras se han multiplicado por dos en la última década, contrario a las segundas que se multiplicaron por cuatro en los últimos diez años.
En ese ir y venir, no hemos mejorado mucho en cuanto a la competitividad país, y continuamos apareciendo en los últimos lugares en el ránking de competitividad mundial. Y, para ser franco, no tenemos una identidad en cuanto al modelo económico que queremos impulsar.
Por un lado, coqueteamos con los servicios, le entramos a la tecnología con la República Digital e igual nos abrazamos al turismo por nuestras playas, cocoteros y gente amable. Continuamos entendiendo que somos un país que puede desarrollar las zonas francas, pero que también recibe inversión extranjera directa, al tiempo que importamos cualquier cantidad y diversidad de bienes, porque aquí se vende y compra de todo.
Como ven, el modelo económico dominicano es difuso, pues todo cabe en este. Solo nos salva que tenemos una economía joven, y muy sexy, por su crecimiento y expansión.