La propuesta de reforma fiscal en los Estados Unidos, recientemente publicada, puede servir de guía para la evaluación de la necesitada reforma fiscal en República Dominicana.
Antes de evaluar los aspectos de la misma, es necesario precisar que hay dos grandes diferencias entre los sistemas tributarios de los países antes mencionados: los EEUU no cuenta con un impuesto al valor agregado (ITBIS, en nuestro país), y cuenta con un sistema tributario de dos niveles –federal y estatal–, mientras que República Dominicana es un sistema unitario. No obstante, la potencial reforma del sistema federal es de interés para nuestro país.
El enfoque general de la reforma sería de reducir los impuestos a las empresas (reduciendo la tasa del impuesto sobre la renta comercial al 20%), pero mayormente dejar invariable los tributos cargados a las personas. En otras palabras, lo que los estadounidenses han concluido es que es mejor gravar a los ingresos personales que al capital.
Lo anterior se debe a que las tasas de impuesto sobre la renta (ISR) a nivel comercial han sido reducidas a nivel internacional (25% en Francia, 17% en Inglaterra, etc.), mientras que en los EEUU se sitúa en 35% (y 27% en República Dominicana). En este sentido, la reducción de las tasas del ISR tiene como consecuencia aumentar el retorno sobre el capital en proyectos de inversión, lo que estimula mayor inversión y creación de nuevos empleos.
Por igual, el capital es móvil, por lo que tiende a moverse hacia países en los cuales la tasa del ISR es menor. Con esta finalidad, se tiende a invertir en países con menores tasas o de estructurar inversiones para reducir la tasa efectiva que sea pagada (por ejemplo, mediante el uso de precios de transferencia y otros métodos legales).
El enfoque de los EEUU también tiene consecuencias para República Dominicana. En la medida en que las tasas de retorno mejoren en ese país como consecuencia de la reducción de la tasa del ISR, se reduce el incentivo para invertir en países como el nuestro. Por lo tanto, nos incumbe evaluar nuestro sistema tributario y las condiciones generales para fomentar la competitividad para hacerle frente a esta situación.
Finalmente, aunque no podemos reproducir la reforma fiscal estadounidense en nuestro país debido a las diferencias estructurales en nuestros sistemas, queda claro que la mejor forma de estimular el crecimiento económico –y, como consecuencia, los ingresos fiscales– es de crear un sistema que incentive el emprendimiento, no que lo castigue. Debemos evaluar nuestro sistema fiscal desde esta óptica.