La historia reciente de Puerto Rico, antes del huracán María, y aún más después de este, así como la de Grecia hace unos años y la de la República Bolivariana de Venezuela en estos momentos, plantea la interrogante sobre los elementos que conducen a que un país fracase.
En los tres casos mencionados, la quiebra de la economía es un hilo conductor notable, y en donde todo parece desembocar. Sin embargo, es claro que todo no siempre empezó en la economía, aunque es allí que terminan reflejándose las insensateces de los políticos, las ambiciones de la oligarquía y la indiferencia de los ciudadanos.
Otro dato curioso, es que el funcionamiento adecuado del sistema político parece una precondición para que las instituciones económicas funcionen y, obviamente, también para que los países funcionen. Así también, la existencia de un Estado fuerte, que provea a la población educación, salud, infraestructura, agua y saneamiento, entre otros servicios públicos, puede constituirse en una pieza vital en el camino a la prosperidad. Cuando el Estado es débil, la democracia es defectuosa y así surge la intimidación, la compra de votos, la conspiración y la corrupción colectiva, según Acemoglu y Robinson (2012).
Esta debilidad del Estado, por demás, conduce a que muchos países fracasen, y este fracaso se traslada a las instituciones, y de ahí a los ciudadanos; y viene entonces el círculo vicioso de la pobreza y la desigualdad, y las adivinanzas en la definición e implementación de políticas públicas erradas, y comienza el caos. En estas circunstancias, casi siempre se han perdido los incentivos económicos y sin estos va muriendo la sociedad. La clave es que existan instituciones fuertes, que hagan cumplir las leyes, y que las leyes normen la vida de los habitantes.
Lo anterior va de la mano con lo que establecen Acemoglu y Robinson, a decir de Arrow (2013), de que existe una mayor probabilidad de que los países desarrollen las instituciones adecuadas cuando tienen un sistema político plural y abierto, con competencia entre los candidatos a ocupar cargos políticos y un amplio electorado con capacidad de apostar por nuevos líderes políticos.
Si nos viéramos como país en el espejo de lo que plantean Acemoglu y Robinson en su libro ¿Por qué fracasan los países?, concluyéramos en que existen elementos esenciales que podrían conducir al país empiece a transitar la ruta del fracaso como economía; hay que advertirlo para que después los políticos no aleguen ignorancia.