No se puede perder la esperanza de llegar a ser un país competitivo. Sin embargo, ahora la realidad es dura para República Dominicana, independientemente de las acciones, muchas veces retóricas, que emprenden las autoridades encargadas de vender el país como un destino para la inversión. Los números y los informes internacionales indican que no andamos muy bien.
¿Por qué no se puede perder la esperanza? Porque todo lo que se está haciendo en educación repercutirá en el mediano y largo plazos. Ha de esperarse que la Ley de Lavado de Activos y Financiamiento al Terrorismo, una vez se deje sentir, redundará en una ganancia de algunos puntos. Hacer negocios en el país, con las ligeras mejorías burocráticas de los últimos años, aún representa un desafío. En este punto no hay que ser muy explícito para saber que diligenciar procesos tiene sus implicaciones que van más allá lo que se ve a simple vista.
Según el Informe Global de Competitividad 2017-2018, República Dominicana se posiciona en el puesto 104 entre 137 países analizados. Esta noticia, por supuesto, les dio duro a las autoridades. Sólo superamos en la región, óigase bien, a El Salvador, Paraguay y Venezuela. No creo que es un buen punto de referencia.
El Consejo Nacional de Competitividad (CNC), recién liderado por Rafael Paz, que viene del sector privado y sabe lo que esto significa, tiene de frente un reto fundamental. Aunque él no es el responsable de todo cuánto se mueve en torno a la competitividad (porque es multifactorial), debe llevar la voz cantante, a fin de que la próxima medición, cuando incluso se pueda evaluar su gestión, sea mejor el resultado.
Y no estamos hablando de un reto insignificante. El país se ubicó en el puesto 104 entre 137 naciones, es decir, 12 posiciones más arriba respecto de su puesto en el informe anterior. La primera posición del Informe es de Suiza, que nuevamente lidera el ranking global con una calificación de 5.8, seguido por Estados Unidos y Singapur.