Este mes República Dominicana ha estado en la ruta de dos potentes huracanes: Irma y María. No hay duda que el país tuvo suerte. Las Antillas Menores y Puerto Rico, sin embargo, no podrán decir lo mismo. Los daños en pérdidas de vidas humanas y las pérdidas materiales son inconmensurables. Hubo zonas, como fue Barbuda y Martinica, que su recuperación será a largo plazo.
Es justo reconocer que las autoridades dominicanas actuaron con premura y responsabilidad ante estos dos fenómenos naturales. Los organismos de prevención y rescate, liderados por el Centro de Operaciones de Emergencias (COE), hicieron un trabajo digno de reconocer. Este medio ha sido crítico en destacar cuando ha habido fallos, pero también destaca si sucede lo positivo, como en este caso.
El momento es propicio para destacar el nivel de madurez que experimenta la ciudadanía al acatar las órdenes de evacuación y resguardo, salvo las reacciones ilógicas de algunos que se negaron a abandonar sus hogares frágiles por temor a perder los pocos ajuares. En sentido general, si se pasa balance, se nota que los dominicanos entienden correctamente el riesgo o peligro que traen consigo los huracanes, cuyos vientos son capaces de convertir en proyectil cualquier material.
Salvo las fallas propias de situaciones de emergencias, algunas relacionadas con debilidades de comunicación entre funcionarios y por la obstrucción de algunas vías, la conexión entre todas las entidades del Estado fue excelente. Y se espera que siga así. Preservar la vida de los ciudadanos dominicanos y de los turistas es una tarea fundamental que está por encima de cualquier otra cosa.
El presidente Danilo Medina, como líder del Estado, se ha puesto al frente para coordinar las ayudas. Sus ministros le han seguido el ritmo entendiendo que la labor debe ser de equipo. Y así debe ser. La razón de ser, ahora y siempre, habrán de ser los afectados. Ojalá se puedan reubicar en zonas seguras quienes han sufrido afectación en sus hogares, pero que al mismo tiempo se impida que vuelvan a ubicarse en zonas vulnerables. Sale más caro un proceso de rescate porque no hay planificación territorial, a propósito de la necesidad de una legislación que norme todo lo referente a los asentamientos humanos.
En medio de esta situación, en la que se puso a prueba la capacidad de respuesta del Gobierno, es preciso destacar el trabajo que han hecho los ministerios de Obras Públicas, Salud Pública, Agricultura, Medio Ambiente y Recursos Naturales, de las Fuerzas Armadas y otros. Los voluntarios de las entidades de socorro, quienes no son los que salen en los medios de comunicación, pero sí hacen el verdadero trabajo, son los héroes que merecen el mayor reconocimiento.
¿Qué se puede esperar? Que no aparezcan los aprovechados y oportunistas que, sin importar la calamidad de muchos, quieran hacer su agosto a costa de las debilidades propias de los desastres. Es preciso pedir a las entidades encargadas de fiscalizar, como la Cámara de Cuentas, Contraloría y otras, que vigilen cada peso destinado a socorrer a los dominicanos a propósito de esta calamidad.
Lo más importante ahora es recobrar la normalidad, lograr que las zonas afectadas recobren la dinámica económica que les caracteriza, pues el país debe seguir creciendo con estabilidad. Reducir la pobreza, es bueno recordarlo, es el principal reto de República Dominicana.
Hay que ayudar, sí, pero debe hacerse con transparencia.