[dropcap]L[/dropcap]os dominicanos vimos frustradas las ansias de contemplar el último eclipse solar total y, lamentablemente, no hicimos los cálculos actuariales para determinar cuál debía ser la prima a cobrar por el fracaso, que bien podría ser para aquellos que hicieron algún tipo de inversión para contemplarlo, o sea, que tenían un interés.
Es como cuando un concierto se asegura para que, si fracasa por lluvia, un terremoto u otro evento, los inversionistas puedan recuperar su dinero. Existe una inversión y puede que esta se pierda y produzca otros daños peores, como es el caso de la responsabilidad de lesiones a personas dentro del desarrollo del evento. Eso es muy subjetivo, pero cierto y, precisamente, el seguro que no es tangible.
Usted no puede guardar en un banco el monto de cada cosa en la que invierte, como una vivienda que le costó RD$10 millones. Tendría que poseer demasiado dinero para tener en un banco ese monto por si ocurriera un fenómeno o siniestro que la destruya. Ocurre igual con la empresa que compró un montón de materia prima para producir los bienes que ofrece al público, tomó un préstamo para capital de trabajo y no puede tener ese monto guardado por si algo sale mal; lo propio pasa con una familia con tres hijos menores, que dependen del trabajo de los padres; si mueren o se invalidan antes de que cumplan la mayoría de edad, van a pasar vicisitudes, porque la familia no gana suficiente para poner en un certificado un monto suficiente para mantener a esos tres niños hasta que alcancen la edad de trabajar. Y hay otros ejemplos.
Ante todas estas circunstancias tenemos los riesgos que podemos evitar, minimizar y soportar, pero aquellos riesgos que no están incluidos en esta lista lo debemos transferir, traspasar a la aseguradora por un monto mucho menor al de los bienes a proteger. Esa es nuestra gran alcancía del ahorro que nos librará de la quiebra, porque es mejor tenerlo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo. Y es preferible estar tranquilo, trabajando, impulsando los negocios sin la incertidumbre de que fracasemos por no tener la previsión de diseñar un buen programa de seguros que podemos pagar sin hacer sacrificios mayores.
Nadie está vacunado de un suceso indeseado, y todos tenemos muchos ejemplos a nuestro alrededor que nos confirman las reglas. Un hombre o mujer precavido, me decía mi abuela, valía por diez. Y vale todavía porque las reglas no han cambiado, y cada vez tenemos más riesgos al acecho, que no solo son los fenómenos naturales, también tenemos los producidos por el hombre, por descuido, negligencia, abuso, y también por maldad.
El consumismo nos empuja a gastarlo todo, sin pensar en que necesitaremos tener nuestros ahorros para cuando los ingresos no sean suficientes para enfrentar los eventos incontrolables. El ascenso de nuestras vidas va a depender mucho de lo previsores que seamos; del sentido común de nuestras actitudes y aptitudes para enfrentar la vida. Los hombres y mujeres no debemos actuar de espalda a nuestras responsabilidades con nosotros mismos y con nuestros deberes, como el bienestar de nuestros hijos y nuestros trabajadores y clientes en el caso de las empresas.