[dropcap]D[/dropcap]espués de la crisis bancaria y cambiaria del 2003, y recordando la liberalización comercial de los 90s, los dominicanos nos hemos visto inmersos en la idea que la depreciación del tipo de cambio representa una amenaza para nuestro bienestar. De hecho, existe una percepción generalizada de que una moneda más depreciada significa que “estamos mal”, inspirando así la pregunta ¿debemos temerle a la depreciación?
En esencia, postcrisis 2003-2004 el Banco Central dominicano se ocupó de cubrir casi la totalidad de los depositantes que habrían perdido su capital, haciendo así una emisión monetaria extraordinaria. Esto produjo un fuerte aumento generalizado de precios, deteriorando el poder adquisitivo real de las personas y causando desconfianza en la moneda dominicana. Esto incentivó al público a refugiarse en otras monedas, especialmente el dólar estadounidense. El tipo de cambio pasó de RD$18 por dólar a RD$54 por dólar en tan solo un año.
Es válido entender entonces que los dominicanos asociemos una depreciación súbita del tipo de cambio a momentos de crisis y reducido bienestar.
Habiendo destacado los diferentes factores que abrieron pasó a la crisis, podemos distinguir que la depreciación del peso, más que ser una causa, fue una consecuencia. En economías de régimen de tipo de cambio flexible como la nuestra, el tipo de cambio funciona como una variable de ajuste para mantener el equilibrio macroeconómico.
Cuando la moneda se deprecia, especialmente en momentos de recesión, los precios nacionales se abaratan en términos relativos, permitiendo que los extranjeros compren nuestros bienes a precios menores y las exportaciones impulsen el crecimiento económico.
En otra vertiente, la depreciación como causa de inflación, y consecuentemente menor bienestar, depende de la incidencia de los insumos importados en la producción nacional. Para el 2012 (último dato disponible en los cuadros de estructura económica detallada del Banco Central), alrededor de un 17% de la oferta total de bienes y servicios en la economía es importada, ascendiendo incluso a alrededor de 100% para bienes como el trigo y los combustibles. Este componente importado de la oferta es de tal magnitud que algunos estudios recientes indican que el traspaso completo del tipo de cambio a la inflación se ubica alrededor de 70%.
Hay que resaltar el rol del Banco Central, que ha realizado una labor de política cambiaria efectiva durante el pasado reciente. De hecho, la depreciación interanual promedio del peso frente al dólar estadounidense durante los últimos diez años se ubica en apenas 3.7%, con una desviación estándar de 1.5%. La pregunta sobre la razón del temor a la depreciación sigue siendo válida de todos modos, ya que aún somos un país predominantemente importador.
En la medida que se impulsen políticas públicas e iniciativas privadas (con alianzas entre ambas idealmente) que eleven significativamente las exportaciones dominicanas, quizás en el futuro sea viable experimentar un mayor nivel de depreciación promedio.