[dropcap]L[/dropcap]a participación de la mujer en el mercado laboral dominicano va en crecimiento, no sólo en número, sino también en la mejoría de sus niveles salariales, debido a que cada vez son más las que se capacitan en diversas áreas profesionales en las que compiten con los hombres en productividad.
Sin embargo, aunque sus niveles salariales ya superan en proporción los ingresos de los hombres, todavía las mujeres son minoría en la cantidad total de trabajadores en una proporción 43.6 a 56.4, de acuerdo con las estadísticas más recientes de la Tesorería de la Seguridad Social (TSS).
Lo que sí es indiscutible es la importancia determinante de la rama femenina en la fuerza laboral en casi todos los sectores productivos y de servicios. Pero independientemente del salario, para las mujeres la actividad laboral implica más costos que para los hombres.
En un ambiente de presentación adecuada, el hombre requiere menos recursos; le basta con vestir de manera adecuada, recortarse y afeitarse. La mujer, además de vestir de forma adecuada, debe darse mayor mantenimiento en el cuidado de las manos y los pies, maquillaje y peinado. Por eso, la visita una o dos veces a la semana al salón de belleza es, para la mujer que trabaja, una necesidad más que una vanidad por verse bella. Su trabajo, en cualquier área, así lo requiere.
Pero en el ambiente del hogar la mujer trabajadora también va más forzada que el hombre. Imagine una pareja de trabajadores de clase media baja con uno o dos niños pequeños. El hombre ha de preocuparse por cumplir con su trabajo y llevar el aporte correspondiente al hogar. La mujer, en cambio, además de lo que aporta, debe ocuparse de tener una empleada doméstica confiable y eficiente (esa es una gran complicación), que los niños estén bien cuidados, que los quehaceres del hogar se desarrollen de forma adecuada y que la cocina funcione.
Aunque el hombre colabore con las ocupaciones del hogar, la mujer lleva la mayor carga en adición a su responsabilidad laboral fuera de casa.
Si nos vamos un poco más atrás, a un hogar en que la joven se hizo profesional, ha conseguido un empleo de buena remuneración y aporta en la casa, aunque sigue bajo el techo de sus padres. En ese caso, la joven mujer trabajadora tiene la oportunidad de ahorrar parte de su salario para su seguridad financiera y su futuro. Pero en ese ambiente también va más forzada, pues cada vez que se presente una necesidad en el hogar es seguro que van a recurrir a sus ahorros antes que a los de los hermanos varones si es que los tienen y trabajan igual que ella.
Como la joven mujer trabajadora no se ha casado, no tiene hijos y tiene un buen empleo, entonces tiene más posibilidad de apoyar económicamente en caso de una necesidad adicional a sus aportes cotidianos en la casa.
A eso se agrega la limitación de su independencia. En un hogar normal donde los padres tienen un hijo y una hija adultos que trabajan, el varón es automáticamente independiente, aunque viva en la casa, mientras que la hembra no tiene esa independencia y siempre estarán pendientes de sus movimientos sociales.
En resumidas cuentas, lo más recomendable es que la joven mujer que trabaja busque la manera de separarse del hogar familiar (mudarse sola) para poder asumir una independencia plena. De esa forma puede ahorrar y seguir aportando recursos económicos a sus padres, pero sin sentirse todavía encerrada en el nido, aún después de adulta.
Un último consejo para la mujer joven que trabaja es que nunca informe a sus familiares qué cantidad de dinero tiene en ahorro. Puede decirles que ahorra y que tiene planes con esos ahorros, pero sin informar el monto. De esa forma evitará la desagradable costumbre de los miembros de la familia, especialmente en estratos de clase media baja, de recurrir a los ahorros de la hembra cuando hay alguna necesidad en el hogar, debido a que el varón, “nunca puede” aunque pueda.
Esas son solo algunas reflexiones sobre el determinante aporte de la mujer como ente laboral.