Lo más común en Chacuey Abajo, Cotuí, era encontrar grandes extensiones de terreno sembradas de arroz, cacao, plátano, café y otros frutos menores. Hoy es totalmente diferente. Ahora lo cotidiano es ver motoconchos, jóvenes sentados a orillas de la carretera enredados entre conversaciones estériles. Ven venir y pasar los días sumergidos en charcos de incertidumbre. La tierra fértil está ociosa y la mayoría está dedicada a la ganadería.
¿De qué viven los dominicanos que residen en esta comunidad rural de la provincia Sánchez Ramírez? La respuesta es diversa entre sus habitantes. Informaciones del lugar establecen que alrededor del 95% de las familias está en los programas sociales del Gobierno a través de la tarjeta Solidaridad, unos pocos reciben remesas nacionales y del exterior, muchos jóvenes están dedicados al motoconcho y hay casos de personas que realizan alguna actividad económica de “chiripeo”.
Lo único que ha mejorado en la comunidad es la infraestructura de la escuela, la policlínica, la carretera, energía eléctrica y precariamente un sistema de agua potable que una vez a la semana suple el líquido. Salvo raras excepciones, algunas casas han visto mejorar su estructura gracias a las remesas y a años de sacrificio de profesionales que han logrado ahorrar para una vivienda más digna. Por lo general, las casas están como paralizadas en el tiempo, techadas de zinc, madera, tablas de palma y unas pocas de cemento hasta altura de persianas. Algunas no ha resistido el tiempo y han caído.
Sus habitantes saben que los modos de producción han cambiado. No se trata de que ahora no hay casi nada sembrado en sus fértiles tierras, sino que su juventud no muestra el más mínimo interés en “echar días” y cuando lo hace es para “ganarse un dinerito” que le alcance para “sacar un motor” para ponerse a conchar. Lo más triste es que en muchos casos la financiera se queda con la inversión porque tampoco hay pasajeros suficientes para generar los pagarés.
Edward Agustín Mendoza, profesional y comerciante, es miembro de una familia con más de 20 años establecidos en la comunidad. Señala que en los años 80 y 90 la economía estaba sustentada básicamente en cacao, arroz y otros frutos menores. Explica que las fuentes de empleos eran más frecuentes que en la actualidad y que aquellos que no tenían un pedazo de tierra donde trabajar podían “echar el día” y ganarse el sustento de sus familias.
“Hubo un acontecimiento que transformó el modo de vida. Me refiero al huracán George. Antes de este fenómeno atmosférico existían cientos de tareas sembradas de cacao y hoy eso no existe. Sólo en nuestro caso teníamos alrededor de 200 tareas sembradas y hoy apenas tenemos cerca de 40. En la temporada empleábamos hasta 20 personas. Eso cambió. Pero si se toma de referencia todos los productores eran miles de tareas de cacao”, señala.
Narra que en el caso del arroz la disminución del área sembrada es una situación similar a la del cacao. Recuerda que hace unos años llegaron inversionistas que arrendaron la tierra y la pusieron a trabajar, lo que dinamizaba la economía. A su entender, parte de los ingresos en la zona se generan de la ganadería sin dejar de mencionar que esta práctica reduce al mínimo la mano de obra.
Wenceslao de Jesús, nacido en la comunidad y pescador de toda la vida, afirma que los tiempos han ido cambiando de manera drástica y señala que las cosas son muy distintas hasta en el ambiente. “Lo que sucede es que los tiempos van cambiando tanto que uno no puede decir siquiera si estamos mejor. La gente ante aspiraba y vivía echando días, buscando el pan de cada día, como se dice. Hoy la gente trata de tener empleo y abandona el campo. Tú ves que la mayoría ni siquiera quiere ir a la parcela a trabajar?”, expresa.
Considera que la juventud de hoy busca estar mejor sobre la base de empleos fuera de las fincas y esto también torna más difícil la situación económica al no encontrar nada.
La maestra Violeta Benítez, directora del centro escolar de la comunidad, señala que hace unos años la comunidad no tenía electricidad, agua potable ni carretera asfaltada y ahora puede contar con estas facilidades, así como un centro escolar bien construido y una policlínica rural. Sin embargo, considera que las personas ahora tienen temor a sembrar porque los costos de producción son muy altos y porque los ríos hacen inundaciones más fuertes que echan a perder el esfuerzo y la inversión. Ante la realidad, expresa que muchos jóvenes se han centrado en mirar al motoconcho como la única alternativa para conseguir ingresos, el cual ha servido de reemplazo de los jornales.
Según describe, la cantidad de predios y el dinamismo que existía en la agricultura servía de incentivo para que otras personas se ganaran la vida, como eran los casos de mujeres que vendían comida a los hombres mientras estos trabajaban. Afirma que había mucho terreno dedicado a la siembra de cacao, mientras que luego de George la situación es diferente.
El agricultor Anadino Rondón afirma que los habitantes de Chacuey Abajo están viviendo en medio de una dura crisis económica porque en estos momentos no hay nada de que vivir. Señala que por donde quiera se escucha el grito de las personas de que el dinero está escaso.
A su parecer, la difícil situación por la que atraviesa la gente en esa comunidad se debe a la falta de fuentes de generación de dinero, ya que la agricultura está en una de sus peores crisis. Señala que sólo unos cuantos pueden decir que se está produciendo, pero que la mayoría está en nada. Indica que los que tienen cerdos para engorde pasan muchísimo trabajo para venderlo, ya que no hay quien compre la carne en la carnicería.
Narra que hasta el motoconcho se ha puesto difícil, ya que un motoconchista no puede ni siquiera salir a buscar los pasajeros porque si da un par de vueltas gasta la gasolina y no logra montar a nadie. Señala que sólo hay que ir a la esquina o punto de reunión del pueblo para que saber lo que realmente padece la comunidad. En su caso, señala, depende de la tarjeta solidaridad y de la remesa que recibe de una hija en Nueva York, pero que hasta en Estados Unidos “la cosa se ha puesto dura” y no hace mucho que no puede mandarle nada.
Las mujeres que trabajan
La mujer ha tenido que integrarse más de lleno en la búsqueda de dinero para el sustento de sus familias. La crisis económica en la que están sumergidas sus familias las ha obligado a ser parte activa en la producción y generación de dinero.
Como dato novedoso últimamente está creciendo el número de mujeres que se van a la ciudad a trabajar en casas de familias, ayudando al esposo en la generación de ingresos. En estos casos, la mujer se va en la mañana y regresa en la tarde para completar las labores en su hogar. Al referirse al tema, Edward Agustín Mendoza expresa: “Me doy cuenta de esto porque camino a Cotuí vemos la cantidad de mujeres a orillas de la carretera y luego las veo de regreso desde sus centros de trabajo en labores domésticas”.
Indica que los clientes que tiene en el negocio de la familia por lo general dependen de trabajos esporádicos, de fincas de ganado y de remesas, así como del motoconcho. También señala que la esperanza de muchos en el campo es que el partido de su preferencia gane las elecciones para tomar una de las 12 ó 15 plazas que hay en la zona, principalmente como conserjes y seguridad en la escuela local.
Admite que las personas de hoy hacen un mayor esfuerzo por vivir con más comodidades. Explica que si se relaciona la vida del campo de hace 10 ó 15 años es posible que no exista diferencia respecto a la ciudad, pero sí la condición de vida ha bajado su calidad por las dificultades propias de la crisis. Sin embargo, sostiene, en cuanto a la forma de querer vivir las personas presionan más sus ingresos y por eso no les alcanza el dinero que consiguen. Pone de ejemplo que antes las personas buscaban leña, pero que ahora hay que comprar gas para las estufas, lo que compromete los ingresos.